Anita vivía con sus papás en una bonita casa. Era estudiosa pero también muy desordenada. Su mamá le decía: las cosas deben estar ordenadas: algún día necesitarás algo y no lo encontrarás.
Ella respondía: yo sé dónde está cada cosa y nunca se me pierde nada. La mamá le respondía: algún día tendrás un problema, por ser tan desordenada.
Anita tenía la ropa revuelta. Siempre tenía prisa a la hora de ordenar las cosas y así juntaba ropa sucia con limpia, los zapatos de verano con los de invierno, bañadores con jerséis, en fin un desastre.
Era, como decía su papá, la niña más lista y aplicada de su clase, pero también la campeona del desorden. Siempre con prisa.
En su habitación había armarios y cajones, estantes y una mesa de estudio, pero ella dejaba las cosas encima de la cama, de la mesa o de la silla, o también en el armario, pero donde primero se le ocurría.
Un día invitó Ana a un compañero a merendar. Su mamá le dijo: ¿has ordenado la habitación? -Sí, mamá: un poco, pero lo suficiente.
Cuando entró su amigo en la habitación, la encontró bastante desordenada y se quedó algo extrañado, pues creía que ella era amante del orden…
Más de media hora estuvieron buscando el diccionario de inglés, y por fin apareció… debajo de un montón de ropa a los pies de la cama. Anita pensó: mi mamá va a tener razón. El niño pensó: ¡qué extraño que una niña con buenas notas tenga la habitación en tal desorden que pierda tanto tiempo en buscar un libro!
A Ana no le importó que su amigo viera lo desordenada que era: para ella eso no era importante.
Casi al final del curso, Anita preparó un trabajo sobre conocimiento del medio, con muchas observaciones sobre plantas y árboles raros que había en su ciudad. Tenías muchos dibujos y anotaciones. Tenía escrita también la historia de esos árboles raros o exóticos.
Estaba muy orgullosa de su trabajo: era el más largo y completo que había hecho en su vida.
La noche anterior al día en que tenía que entregarlo, había estado completando los dibujos y los últimos detalles.
Anita estaba contenta pero muy cansada: estaba tan cansada que dejó caer la libreta en el suelo y se quedó dormida.
Por la mañana se levantó y se preparó para ir al colegio.
Buscó inútilmente la libreta por cada rincón de la habitación. Registró el armario y sus cajones, y hasta removió toda la ropa, dejándola en desorden…
Fue inútil: la libreta había desaparecido. Cuando llegó a la clase, no pudo entregar su trabajo: lo había perdido.
Como era estudiosa y sabía muy bien lo que había escrito, le dijo a la seño: si quiere, lo puedo explicar todo en la pizarra. Y eso hizo.
Al terminar su explicación, dijo a la seño: ¡Qué pena que no haya podido ver mis dibujos: eran detallados y en colores!
¡Otra vez será!, dijo la seño.
Al llegar a casa, le extrañó a Anita que su perrita no saliera a recibirla. Pensó que estaría entretenida en algo… Y tenía razón Anita, porque cuando al fin la encontró, no pudo reprimir un grito: ¡Salchicha, qué haces, deja eso! La perrita seguía mordisqueando la libreta de Anita. Ella se lamentaba gritándole: ¿Cómo voy a entregar esto a la profesora? ¡está asqueroso!
Salchicha la miraba con ojos de miedo y comenzó a temblar.
Ella se acercó, la acarició y dijo: No tengas miedo, es culpa mía. ¡Nunca más me pasará un desastre como este, lo prometo! ¡desde hoy comenzaré a tener mis cosas ordenadas! Como dice la abuela, ¡Un sitio para cada cosa y cada cosa en su sitio!
Y fue así como Anita empezó a ser una niña ordenada. Además aprendió que así le quedaba más tiempo para jugar y divertirse con sus amigas y amigos, al no tener que perder tiempo en buscar sus cosas.
FIN
© Mª Teresa Carretero