Seleccionar página
La Joven del Cántaro

La Joven del Cántaro

Andrea era una joven que vivía con su abuela y su perro en una casita de la montaña. Junto a la casa había un terreno en que cultivaba verduras y frutas. También criaba gallinas, conejos y unas ovejitas. Siempre estaba pensando Andrea en arreglar la cocina de su abuela y en comprarle una cama más cómoda y una mecedora. Estos pensamientos le hacían trabajar más con el afán de conseguirlo.

Su abuela le decía a menudo: no te ilusiones demasiado, que a veces las cosas que pensamos no se hacen realidad. Pero ella seguía soñando,

Cada jueves tenía lugar en el pueblo un mercado al que acudían los aldeanos y las gentes de la montaña a vender queso, miel, fruta y verduras. La noche antes del mercado le dijo Andrea a la abuela: mañana bajaré al mercado del pueblo a vender la leche de nuestras ovejas, los dos quesos que tú has hecho y los huevos que han puesto las gallinas.

Al día siguiente se levantó muy pronto, tomó las cosas que iba a vender y se dispuso a  emprender el camino. La abuela le dijo: Llévate a Perico para que te cuide y te proteja, es un perro muy fiel. Dirigiéndose al perro añadió:

Cuida bien a Andrea, que es lo más importante que tengo. El perro ladró varias veces guau guau guau. Está bien, sé que me has entendido. Y tu Nena: ve con cuidado de que no se te rompan los huevos ni se te derrame la leche. Así lo haré abuela.

Caminaba Andrea muy contenta cantando y pensando lo que haría con el dinero de la venta de la leche, los quesos y los huevos. Compraré más ovejas.

 Y como venderé más leche  y haré más quesos,  con el dinero que me dé compraré más gallinas.

y cuando  venda los huevos y más leche haré una cuadra para meter más ovejas y haré un gallinero más grande y con todo lo que vaya ganando podré comprar una casa nueva con una gran cocina y dos dormitorios y tendré muchos vestidos, conoceré la ciudad…

Iba pensando en todo ello, cuando tropezó con una piedra. Se le cayó el cántaro y se le derramó la leche, los huevos al caer al suelo se rompieron y los quesos se le cayeron por un barranco. Perico, el perro ladraba desesperadamente al ver como lloraba la joven. Andrea se sentó al borde del camino y entre sollozos decía: Todas mis ilusiones se han marchado con la leche los huevos y los quesos.

Intentó tranquilizarse, para no inquietar a la abuela, pero cuando esta la vio llegar supo que: algo había pasado. Acariciándola le dijo: No te preocupes, tesoro, ha sido un accidente. Volveremos a hacer quesos, a recoger los huevos y a guardar la leche. Pronto volveremos  a ir al mercado.

¿Has aprendido la lección?, pues eso es lo importante.

 A veces las cosas no son fáciles de conseguir, pero si te empeñas con trabajo e ilusión lo conseguirás.

Abuela y nieta se fundieron en un abrazo, mientras Perico ladraba y movía el rabo de alegría.

F I N   Basado en el cuento de La Lechera. 

Garbancito

Garbancito

En un pequeño pueblo Ana y Juan soñaban con tener un hijo.

Ana dijo un día a Juan:  por fin vamos a tener un hijo. Hicieron una fiesta para celebrarlo.

Las amigas de Ana le regalaron ropita para el bebé. Juan cortó unos troncos e hizo una preciosa cuna. Ana la pintó con patitos, ositos y florecillas.

La pareja esperaba ansiosa la llegada del bebé. Fue un niño precioso, con unos bonitos ojos y pelo algo rojizo.

Cuando los papás lo vieron, fue tal la sorpresa que se quedaron sin habla: Era tan pequeñín, tan pequeñín que cabía en la mano de la mamá. Ella lo cogió, lo acunó en su mano y lo observó durante un rato. El niño dormía plácidamente.

¡Es precioso!, dijeron los dos a la vez. Y se abrazaron.

Pronto se dieron cuenta de que no le servía ni la ropa ni la cuna por ser demasiado grandes.

La mamá y sus amigas le hicieron ropa muy pequeñita y el papá hizo una cuna pequeñita que colocó dentro de la grande.

¿Qué nombre le pondremos? Preguntó el papá.

Pues… como es tan pequeño le pondremos garbancito, respondió la mamá.

El niño iba cumpliendo años pero no crecía. Era muy feliz y no le importaba ser tan chiquitín. Se divertía mucho jugando, se escondía en una maceta, que para él era un bosque. Se bañaba en un vaso de agua como si fuera una enorme piscina.

La mamá tenía mucho miedo de que saliera a la calle. Pero él cada día insistía en ello, pues era su mayor ilusión. Un día dijo Ana a Juan: Tengo una idea: como Garbancito tiene una fuerte voz, le enseñaremos a cantar.

El niño aprendió su canción. Pachín-pachán-pachón: mucho cuidado con lo que hacéis. Pachín pachán pachón, a Garbancito no piséis.

La mamá explicó a Garbancito: Canta la canción, canta bien fuerte para que te vean.

Así lo haré, mamá, respondió Garbancito, pero ¿cuándo saldré a la calle?

Pronto, Garbancito, pronto, respondió su mamá.

Un día la mamá estaba haciendo la comida y le faltó pimentón.

Mamá, dijo Garbancito: yo puedo ir a la tienda a comprarlo.  La mamá con mucho miedo le dejó ir. Garbancito: no olvides cantar la canción, le dijo en la puerta.

Garbancito cogió sus diez céntimos y se los colocó sobre la cabeza, salió a la calle y comenzó a cantar con todas sus fuerzas. La gente se volvía al escuchar su voz pero no veían a nadie. Extrañados, se preguntaban ¿de dónde vendrá esa voz?

Mirando más detenidamente, veían una moneda que iba calle abajo.

Una amiga de su mamá dijo: es Garbancito, que canta para que lo veamos y no lo pisemos.

El niño llegó a la tienda, y dijo al tendero: Oiga señor, señor tendero, quiero diez céntimos de pimentón. El tendero buscaba y buscaba pero no veía nada.

Oiga, señor, aquí, aquí abajo, que soy Garbancito. Pero el tendero solo vía una moneda que se movía. Se restregó los ojos y dijo: nunca más beberé de noche, lo prometo.

Garbancito seguía gritando: eh señor, mire la moneda que hay en el suelo. Yo estoy debajo.

Por fin, el tendero lo vio, lo puso en una silla y le dijo: Niño, no te veía, pero la próxima vez que vengas, te reconoceré enseguida. Le dio el pimentón, y Garbancito, tan feliz regresó a su casa.

Y desde ese momento, se paseaba solo por el pueblo.

Los vecinos, cuando oían su canción, inmediatamente miraban al suelo para no pisar a Garbancito.

Un día se fue con su papá al huerto.  Lo pasó muy bien porque encontró un caracol grande que lo paseó por allí. Otra vez, estando en el huerto se formó una gran tormenta. El papá se resguardó bajo un árbol y Garbancito entre las hojas de una col.

Cuando cesó de de llover, llegó un buey y se tragó la col con Garbancito dentro. Él se había quedado dormido y cuando despertó se vio en una cueva muy oscura, que se movía. Intentó encontrar la salida pero no veía nada.

Garbancitoooo, ¿Dónde estáaaas? Garbancitoooo, ¿Dónde estáaaas? gritaba su padre.

Al oírlo, le contestó gritando con todas sus fuerzas: en la barriga del buey que se mueve, donde no nieva ni llueve.

Abrió el padre la boca del buey pero no pudo meterle la mano en la garganta. Una mariposa le dijo: hazle cosquillas con una ramita en el morro y ya verás cómo sale Garbancito.

Eso hizo y, al poco, el buey empezó a abrir la boca, dio un gran estornudo y Garbancito salió riendo y tan contento.

El papá lo abrazó y le dijo: ¡qué susto tan grande he pasado, hijo. Y el niño respondió: yo no he tenido miedo pero estoy muy contento de volver a estar  contigo y con mamá.

Y colorín colorado, este cuento se ha acabado.

FIN

 

Revisión y adaptación por M. T. Carretero García

El Flautista de Hamelín

El Flautista de Hamelín

Esta es la historia del flautista más mágico jamás conocido.

Johan Salz, vecino del pueblo de Hamelín, lloraba un día a la puerta de su casa.

¿Qué te pasa?, le dijo un vecino.

– Algo muy triste: Todas las coles que iba a vender en el mercado se las han comido esas desgraciadas ratas, contestó casi llorando.

-Pues al marido de mi prima Ana, se le han comido la camisa, y el vestido de la niña.

Hay que exigir al alcalde que haga algo; así no podemos vivir, dijeron los dos.

Ojalá encuentre algún remedio que nos libre pronto de las ratas –dijo Johan.

Al día siguiente había un bando pegado en las esquinas de la plaza y en la puerta de la iglesia.

El bando del alcalde decía que había contratado al flautista que con su flauta mágica eliminó las ratas del teatro del pueblo vecino con algún encantamiento.

-¿Sabes, Johan?  El jueves vendrá el flautista –dijo a Johan su vecino. -¿Qué flautista?  

–¿Es que no lo sabes? : Toca una música que hace desaparecer las ratas.

Llegó el jueves, y esa mañana apareció el flautista sin que nadie supiera de dónde ni cómo.

Empezó a tocar su flauta. Las mujeres y los niños se metieron asustados en las casas, porque aparecían ratas de todas partes tras el flautista. Él iba tocando camino del bosque y todas las ratas detrás, siguiéndole, se perdieron en la espesura.

Por la tarde, hacia las cuatro, se presentó el flautista al alcalde a cobrar el dinero  que le había prometido.

El alcalde le dijo que  sólo le pagaba la mitad, porque el ayuntamiento se había quedado casi sin dinero por las inundaciones del río Weser. El flautista insistía, y  el alcalde se negaba a darle toda su paga. Al final dijo el flautista:

¡Está bien, Usted lo ha querido!: Ya verá como me paga usted todo lo prometido y veinte florines más. Y entonces sí podrá librarse de las ratas. Y se marchó muy enfadado dando un portazo.

Al jueves siguiente, volvió a aparecer, como por arte de magia, el flautista y se puso a tocar. Enseguida fueron acudiendo las ratas que se habían perdido en el bosque.

Él empezó a pasear por las calles del pueblo con todas las ratas detrás y al llegar cada una al lugar de donde había salido, se iba metiendo cada cual a su casita de antes.

Enfadados los aldeanos, cogieron azadas y palos para darle un escarmiento al flautista, y cuando se acercaron a él,  la flauta seguía sonando pero nadie lo podía ver; luego se fue perdiendo la música hasta dejar de oírse.

El pueblo siguió teniendo ratas hasta que el alcalde puso un bando como el primero, pero prometiendo veinte florines más, como quería el flautista.

Al jueves siguiente, volvió a aparecer el flautista con botas altas como las de los pescadores de río. Y el alcalde le mandó un alguacil con una bolsa conteniendo todo el dinero prometido.

El flautista tomó la bolsa con su paga y volvió a tocar su mágica melodía. Se dirigió al río, seguido por las ratas, y allí se ahogaron todas, quedando los vecinos libres de ellas.

Y el pueblo de Hamelín ya no tuvo nunca  más ninguna plaga de ratones ni de ratas.

 FIN           (Versión abreviada de Mª Teresa Carretero)

Los Cuatro Músicos de Bremen

Los Cuatro Músicos de Bremen

Cerca de la ciudad de Bremen vivían un perro, un burro, un gato y un gallo en granjas vecinas. Los cuatro eran muy mayores y sus amos ya no contaban con ellos para el trabajo ni el cuidado de las granjas.

El gallo Hans ya no era el jefe del gallinero: habían traído un gallo joven y a Hans los amos habían decidido comérselo por Navidad. No lejos de esta granja vivía el perro Tom. Siempre estaba atado y no lo dejaban correr libremente. Apenas le daban comida y él decía: Se han olvidado de mí. Como soy viejo ya no me quiere nadie. Recordaba con pena cuando cuidaba de las ovejas y paseaba feliz por los prados.

En la misma granja vivía el burro Donky: siempre había servido para llevar la carga al mercado y para ayudar en la granja; pero ahora sus amos pedían prestado a unos vecinos su caballo para llevar al mercado la fruta y verduras, ya que Donky estaba muy mayor.

Donky conocía a una vieja gata, Mina, a la que sus amos no dejaban entrar en la casa, les parecía un estorbo porque ya no servía para cazar ratones. Si me quisieran, no les importaría que fuera vieja -pensaba Mina.

Estos animales se conocían desde hacía tiempo. El gallo, que tenía mucho tiempo para pensar, tuvo una idea: Yo no quiero que me metan en una cazuela y me coman; no soy tan viejo y quiero correr aventuras. Además canto muy bien y quiero ser músico.  Así que una mañana temprano visitó al burro, al perro y a la gata y les contó su plan. -¿Pero adónde vamos nosotros lejos de nuestras casas?, dijo el perro. -Pues a correr aventuras: nuestros amos ya no nos quieren y no nos echarán de menos -respondió Hans. -Bien pensado, llevas razón -dijo el burro. -Yo siempre he querido correr aventuras -añadió la gata Mina.

Pues bien, siguió el gallo: Nos iremos a vivir a la ciudad de Bremen; allá hay músicos callejeros que ganan dinero cantando en las calles y lo pasaremos muy bien. -¡De acuerdo!, dijeron todos. El gallo les dijo: Salimos mañana temprano. Yo cantaré un poco antes del amanecer; será la señal para encontrarnos en el puente e  iniciar el camino. La gata Mina dijo: Yo nunca he estado en Bremen, no sabemos el camino. -No te preocupes, la tranquilizó Donky: Yo he estado muchas veces en la ciudad y conozco el camino con los ojos cerrados. -Quedamos en lo dicho: al amanecer, en el puente.

El gallo cantó aún de noche; era la señal convenida. Su ama lo oyó cantar y dijo al granjero: ¿No ves? está viejo: canta a deshora. Ese terminará en mi cazuela antes de fin de año.

El gallo y el burro salieron de la granja con mucho cuidado de no despertar a los demás animales. Igual hicieron la gata Mina y el perro Tom. Una vez en el puente comenzaron el viaje. Cada uno había traído algo de comer para el camino. El burro iba delante, pues conocía la ruta. Pararon varias veces a descansar y a comer. A veces, cuando el perro, el gato o el gallo se cansaban, el burro los dejaba descansar un rato en su lomo.

Anocheció y había que buscar dónde refugiarse para dormir. Pronto divisaron una vieja casa con luz dentro. Dentro de la casa había unos ladrones contando lo que habían robado. Donky dijo: No podemos permitir que esos malhechores roben a las personas

Entre los cuatro idearon un plan para ahuyentarlos. El burro dijo al perro: súbete en mi lomo, y lo mismo dijo el perro al gato. El gato dijo lo mismo al gallo, que se subió en el lomo de Mina.

A una señal de Donk, todos empezaron a dar su música a pleno pulmón: El burro Hi-ja, HI-ja Hi-ja… El perro Guauu Guauuu Guauuuu La gata Miauuu Miauuu y el gallo Ki-Kirikí Ki-Kirikíii…

Montaron tan gran estruendo que los ladrones se asustaron y dejando todo lo robado salieron corriendo y huyeron. Los cuatro animalitos se instalaron en la casa, cenaron lo que les quedaba de comer y se dispusieron a dormir.

Pasadas unas horas, volvieron los ladrones por su dinero pensando que no había nadie en la casa. El más atrevido entró. La gata Mina abrió sus ojos y el ladrón creyó que eran brasas que quedaban de la lumbre. Se dirigió a esas brasas a encender un candil y ella le clavó las uñas llenándolo de arañazos. Se echó hacia atrás tropezando con el perro, que le mordió las piernas, Volvió a echarse hacia atrás y se encontró con el burro, que empezó a darle coces por todo el cuerpo. Por último el gallo exclamaba Ki-Kirikíii, ki-kirikíii -que él entendió “traédmelo aquí”, traédmelo aquí”. Salió el ladrón corriendo, muy asustado y lleno de arañazos, bocados, y moratones.

Los otros ladrones, al verlo tan asustado y lleno de heridas le dijeron: ¿Qué ha pasado?, ¿dónde está el dinero? 

Él explicó: He ido a encender un candil y una bruja me ha arañado (era la gata Mina), me ha atacado un ogro con un cuchillo (era Tom el perro), un gigante me ha golpeado por todo el cuerpo (era Donky el burro) y un juez quería meterme en la cárcel (y era Hans el gallo) decía: ¡Traédmelo aquí!, ¡Traédmelo aquí!…

Los ladrones nunca más volvieron por la casa y los animales se quedaron a vivir en ella felices y contentos como una familia.

FIN                    (Versión libre, por Mª Teresa Carretero, del famoso cuento de Jakob Grimm)

En la ciudad de Bremen hay un monumento a estos cuatro famosos “artistas” que con su música ahuyentaron a aquellos malhechores.

LAS EXTRAORDINARIAS AVENTURAS DE DON QUIJOTE

LAS EXTRAORDINARIAS AVENTURAS DE DON QUIJOTE

Alonso Quijano, era un hombre a quien le gustaba muchísimo leer.

Tenía una gran biblioteca y poco a poco fue leyendo todos los libros que había en ella. Quería ser caballero andante como los protagonistas de sus libros. ¿Y qué era un caballero andante? Pues era como Super Mario: un caballero que ayudaba a pastores, a mujeres, a niños…Peleaba contra gigantes malos, encantadores, duendes malvados y magos perezosos. 

Un día decidió ir en busca de aventuras. Para ser caballero andante, necesito una armadura, pensó. Revolvió toda la casa y al final encontró una vieja armadura. Muy contento dijo: ya tengo armadura. Cuando la vio más de cerca, notó que estaba sucísima y que olía un poco mal… bueno,

muy mal porque el gato la utilizaba para… Ahora tendré que limpiarla. Pero aún me falta el escudo, la espada, la lanza…

Pasó mucho rato buscando lo que le faltaba. Al final de la tarde se puso la armadura y dijo: Parece de plata. Será la armadura más bonita de un caballero andante. Comenzó a andar con ella y hacía un ruido horrible: ñac, ñec, ñac.

El galgo, que dormía en la cocina junto al fuego, al oír el ruido salió corriendo y ladrando: guau, guau. Topó con Alonso, quien cayó al suelo mientras decía: ¡Ay, ay ay mis huesos!

La criada, al oír el estruendo de la armadura al caer, acudió y cuando vio la armadura en el suelo y una voz que salía de ella, gritó: ¡Dios mío: un hombre de hierro! Y corría de un lado a otro de la casa gritando: ¡Socorro, auxilio! ¡A mí, a mí!

Alonso se quejaba cada vez más fuerte para que lo oyeran: ¡Ay. Ay! Que soy Alonso. Ven, ven ¿es que no me reconoces? ¡Ayúdame!.

La criada se acercó y le dijo: Nunca se había disfrazado Usted así. -Pues ayúdame a levantarme y a buscar mi espada y mi escudo que acabo de perder.

A la mañana siguiente, Alonso se despertó sobresaltado. No puedo ser caballero andante, dijo, si no tengo un buen caballo. Entonces se acordó de que en la cuadra había uno y fue a verlo. Allí dormía plácidamente su caballo.

Oye, caballito, soy tu amo, dijo Alonso. Te contaré una cosa. Pronto tú y yo viviremos maravillosas aventuras. Tú serás el caballo más famoso de los caballeros andantes.

El caballito abrió un ojo, miró a D. Quijote y siguió durmiendo.

Días después, una mañana muy temprano, se levantó Alonso, se puso su armadura, cogió la lanza y la espada, montó en su caballo y salió en busca de aventuras.

Dijo Alonso: desde ahora me llamaré Don Quijote y como vivo en La Mancha, seré Don Quijote de La Mancha. Y tú, dijo al caballo, te llamarás Rocinante.

El caballo respondió: Pues no me gusta ese nombre; ¿no puedo elegir yo uno?

Alonso, que ahora se llamaba Don Quijote, paró el caballo y dijo enfadado: ¿Qué pasa aquí?

Alguien le ha hecho a mi caballo algún encantamiento: un mago malandrín que yo conozco. Como lo agarre…

El caballo respondió: De encantamiento, nada. Yo hablo desde pequeño como mi mamá, mi papá, mis hermanos…

Bueno, bueno, no sigas, dijo Don Quijote. Se me hace muy raro que hables. Y Rocinante dijo: pues se tendrá que acostumbrar, porque cuando estoy nervioso, hablo mucho.

Bien, dijo D. Quijote, continuaremos andando hasta que anochezca.

Pasaron varias horas y Rocinante preguntó: Amo, ya está anocheciendo y tengo hambre; ¿Cuándo paramos? Pronto, dijo D. Quijote.

-Mira, mira allí, veo un castillo, Rocinante. -¿Queeeé?, dijo el caballo, ¡pero si eso es una venta!.

Que no, que te equivocas, es un castillo y un buen castillo. Y Rocinante pensó: ¡madre mía, cómo está este!

Llegaron a la venta que Don Quijote creía castillo. Cenaron y le pidió al dueño, que él creía señor del castillo, que lo armara caballero para poder correr aventuras.

El ventero cogió la espada, se la puso encima del hombre, le dio un abrazo y le dijo: Ya eres caballero. Ahora vete a dormir que es muy tarde.

A la mañana siguiente, Don Quijote, muy contento, salió de lo que él creía un castillo, dispuesto a correr todas las aventuras que se le presentaran. Pronto volvieron al pueblo, para buscar un escudero y por medicinas por si se hacía algún chichón.

En el pueblo habló con un labrador vecino llamado Sancho Panza. Le dijo: Si quieres ser mi escudero, yo te ofreceré un reino para que lo gobiernes. Es un reino muy rico donde hay muchísima comida y se llama Ínsula Barataria. Sancho Panza aceptó, pues tenía mucha hambre y pensaba que en la ínsula Barataria comería todo lo que quisiera.

Tengo todo lo que necesito,  se dijo: hasta un escudero. Enseguida volveremos a salir de aventuras.

Un día caminaban por los campos y dijo Rocinante: Yo estoy cansado y quiero descansar a la sombra de un árbol. Sancho Panza, que iba distraído, dijo: Señor Don Quijote, ¡Qué ha dicho?

Don Quijote respondió. Yo, nada. -Pues yo he oído hablar a alguien. Claro, dijo Rocinante, he sido yo.

-¿Cómo?, ¿qué? este caballo está embrujado: algún mago malandrín se ha metido dentro de él.

¿Qué dices, Sancho? Dijo Don Quijote. Rocinante habla. -¿Y…  y por qué no me lo ha dicho? Me ha dado un susto de muerte. –Pues porque yo hablo a quien quiero y cuando quiero, dijo Rocinante.

A partir de ese instante, Sancho siempre iba sobresaltado por si hablaba el caballo.

Oye, Sancho, dijo Rocinante: que si te da miedo, no hablo.

Sancho respondió: un poco sí pero ya me acostumbraré. Solo te pido que no me hables por la noche cuando duerma, porque entonces gritaré y gritaré.

Caminaban un día lentamente y Don Quijote se paró de pronto, miró al horizonte y dijo: Mira, Sancho, un ejército de gigantes. Vienen hacia nosotros. Son Muchísimos, mira, mira sus grandes brazos, cómo se mueven.

-Señor  Don Quijote, yo no veo a nadie; esos son molinos de viento con sus aspas girando. -¿Qué dices, Sancho, bellaco? Si tú tienes miedo, yo lucharé contra ellos. Y salió al trote.

Sancho gritaba; ¡Don Quijote, que son molinos!,¡ que no son gigantes!

Don Quijote sacó la lanza y le dio al aspa de un molino; como giraba con fuerza, lanzó a Don Quijote por el aire. Y al caer se dio un gran coscorrón. Sancho Panza le curó el chichón y le dijo: eran molinos, señor. -No, contestó Don Quijote; eran gigantes y se han convertido en molinos.

Otra de las aventuras sucedió una vez que iban caminando y Don Quijote dijo: Mira esa polvareda, Sancho, es un grandísimo ejército que se nos acerca.

Sancho respondió: pues deben ser dos ejércitos, porque por ahí veo otro, señor. -Van a luchar entre ellos y veo a los jefes de los dos ejércitos y son personas muy importantes. ¿Ves a los gigantes que van con ellos? ¿No oyes el relinchar de los caballos? Sancho panza escuchó con atención y dijo: Yo solo oigo balar ovejas y cabras.

-Eso es el miedo que tienes, Sancho. Y Don Quijote fue directo a luchar contra uno de los ejércitos. Sacó su lanza y empezó a abrirse camino entre las ovejas y entre las cabras, que él creía soldados.

 Los pastores gritaban: ¡deje en paz a las ovejas, no se meta con ellas, déjelas tranquilas! Uno de los pastores le tiró una gran piedra y Don Quijote cayó del caballo, y así terminó esta historia.

Cansado de aventuras, volvió a casa, donde cayó enfermó. Su familia y Sancho Panza cuidaron de él.

Don Quijote había olvidado todas las aventuras. Sancho Panza se las contaba y él decía: Seguramente un mago debió hechizarme y perdí la cabeza. Pero ahora ya estoy bien y nunca más iré a correr aventuras.

FIN

(relato y extractos adaptados para niños por Mª Teresa Carretero)

Juanito y las Alubias

Juanito y las Alubias

Hace mucho tiempo, en un pueblo cerca de Londres vivía una viuda con su único hijo Juanito. Eran muy pobres: solo tenían una vaca.

No nos queda dinero ni para comprar el pan, -dijo, preocupada, la madre; pero aún tenemos la vaca.

Juanito propuso vender la vaca en Ramfield. El jueves siguiente fue al mercado de ese pueblo a venderla.

De camino al mercado, encontró a un hombre con un saco de alubias:

-¿Adónde vas con esa vaca, muchacho? –A venderla en el mercado. -Pues si quieres, te cambio la vaca por todas estas alubias.

El niño pensó que era un trato muy bueno, pues en casa no tenían nada que comer, y muy contento dijo: De acuerdo: deme su saquito de alubias y quédese con la vaca.

Cerca ya de su casa, iba gritando muy contento: -Mamá, mamá: ¡mira lo que traigo!

Al escuchar lo que contó Juanito y ver el saquito de alubias, la mamá se enfadó tanto que las tiró al corral y se puso a llorar desconsoladamente. Juanito no entendía el enfado de su mamá; él creía haber hecho un buen trato.

Al día siguiente, al levantarse Juanito vio que algo hacía sombra a su ventana.

¡Qué raro! si en mi corral no hay árboles, pensó.

Cuando salió al corral, quedó impresionado: Las alubias habían prendido en el suelo echando raíces y hojas. Sus tallos habían crecido muy alto, hasta las nubes: eran muy gruesos y se podía escalar por ellos. Y eso hizo Juanito: trepó y trepó, mientras su madre le decía:

-Baja, Juanito, que luego no podrás descender desde tan alto, es muy peligroso, baja, hijo.

Y Juanito trepaba y trepaba hasta lo más alto, mientras su madre seguía llamándolo muy preocupada.

Muy cansado y ya en las alturas, Juanito se encontró en un suelo entre las nubes. Echó a andar y después de un rato se sentó a pensar qué haría: Quizá terminaré muriendo de hambre, porque aquí no hay nada que comer.

 Siguió andando y vio a una mujer con un precioso vestido; llevaba una varita  adornada con un pavo real de oro.                                            

– ¿Cómo has llegado hasta aquí, niño? Él le habló de las alubias y de cómo trepó por sus tallos.

-¿Qué recuerdas de tu padre?, preguntó la joven. –Nada, señora, y cada vez que pregunto a mi madre, se pone triste y nunca me cuenta nada, dijo.

Yo te lo contaré: Yo era el hada protectora de tu padre; pero, por un error que cometí, perdí mis poderes y tu padre murió, sin que pudiera ayudarle. Si prometes obedecerme te lo contaré todo.

Juanito lo prometió y ella continuó su historia: Tu padre era muy rico, pero un gigante, a quien él ayudó, lo mató y se apoderó de todo lo vuestro. Nada pude hacer, pues estaba privada de mis poderes. Cuando tu vaca fuera vendida, yo recuperaría mis poderes.

Yo hice que adquirieras las alubias y llegaras hasta aquí, donde vive el gigante. Y tú tienes que castigarlo. Juanito prometió hacerlo.

 Era ya de noche cuando Juanito llegó ante una casa muy grande, que parecía una fortaleza.

A la puerta había una señora de aspecto amable, que le dio comida y un lugar para dormir. Estaba muy extrañada, porque a la casa del  gigante malvado nadie se atrevía a llamar.

De pronto se oyeron unos fuertes golpes – Es el gigante, mi marido. Si te descubre, te matará; y también a mí por darte albergue.

Rápidamente escondió a Juanito en el horno. Por las rendijas veía el niño al gigante devorar enormes trozos de carne.

¡Quiero divertirme!, dijo a su mujer; y ella trajo una gallina. -¡A poner huevos!, dijo él. Al instante, puso la gallina un huevo de oro. Por tres veces repitió la orden y consiguió tres huevos de oro, que el gigante metió en una bolsa que llevaba en la cintura. Luego, se quedó dormido.

El niño observaba la gallina maravillado.

Cuando Juanito salió del escondite, tomó la gallina y corrió hasta la planta de alubias, por la que había subido, llegando así hasta su casa en pocos minutos.

Juanito abrazó a su madre, que lloró de alegría al ver a su hijo sano y salvo.

-¡Mira!, le dijo mostrándole la gallina. –“Ahora pon”, le ordenó. Y la gallina obedeció dejando sobre la mesa un huevo de oro. Una y otra vez le mandó poner y la gallina siempre obedecía. La madre de Juanito estaba muy sorprendida.

El gigante supo al despertarse que un niño había llegado por un tallo de alubias y se había llevado la gallina. Intentó entonces bajar y recuperar su gallina.  Juanito lo vio desde abajo y cortó con su hacha el tallo. El gigante cayó desde lo alto y murió.

Una vez vendidos los huevos, Juanito y su mamá nunca más pasaron hambre.  Y desde entonces vivieron siempre felices.

FIN

(Abreviado y adaptado por Mª Teresa Carretero -de la versión recogida por Dinah Craik en ‘The Fairy Book’)