Había una vez una familia de abejorros que vivían en un árbol del bosque. Todas las mañanas salían con sus hijos Pipo y Suki a buscar comida.
Una vez se adentraron en el bosque y Pipo se quedó atrás mirando mariposas y pajarillos que jugaban al corro.
De pronto Pipo se encontró solo, se había perdido.
Sus papás lo llamaron muchas veces pero él no los oía. Cansado de volar y con mucha hambre se paró al borde de un camino. Comió de unas flores y se quedó dormido.
Cuando despertó miró a su alrededor. No conocía el lugar. Comenzó a llorar…
Se había quedado dormido sobre una flor y sus lágrimas resbalaron por las hojas hasta el suelo. A la sombra de esa flor descansaba un pequeñín, un ser diminuto, como un gnomo.
Las lágrimas de Pipo lo mojaron y Tin creyó que llovía. ¡Anda, un abejorro rojo, con lo que me gustan!
¿Me hablas a mí?, dijo Pipo enfadado. Sí, dijo Tin. -Me llamo Pipo; estoy solo y me he perdido. Y continuó llorando.
Tin, condujo a Pipo hasta su casa y contó a sus papás cómo lo había encontrado: «está perdido y no tiene dónde ir”. Su papá Tadeo le mostró el hueco de un árbol donde antes había vivido un abejorro. Pipo se puso muy contento al ver que ya tenía una casita donde dormir. Tras limpiar su casita, se dio una vuelta por el bosque y se preparó una cama bien mullida. Por la tarde estuvo jugando con los pequeñines de la aldea. Todos los días jugaba y se divertía con sus nuevos amigos. Un día, el pequeñín Ifo se cayó y se rompió un brazo. Nadie sabía cómo arreglárselo.
Tin y Pipo quisieron ayudarle y, tras mucho pensar idearon un aparato, que llamaron aviobús, para llevarlo al médico al pueblo grande más cercano con el señor Tadeo y con la mamá de Ifo. En pocos días y con ayuda de todo el pueblo estaba listo el aviobús.
-Ahora hay que probarlo, a ver si funciona. El señor Tadeo preguntó a Pipo: ¿ Estás seguro que podrás con nosotros y con el aviobús? -Estoy segurísimo: soy muy fuerte. Yo seré el primero que se suba en el aviobús, dijo Tin. -Y yo te acompaño, añadió su papá.
Entre todos empujaron el aviobús por una rampa y cuando estaba arriba, Pipo se ciñó el aviobús al cuerpo con mucho cuidado de no estropear sus alas.
El aviobús subía y subía con la ayuda del aire.
Dieron una vuelta sobre el bosque y pronto descendieron en un lugar donde habían colocado hojas secas y musgo para aterrizar suavemente. La prueba había salido bien, y enseguida prepararon el viaje.
El señor Tadeo llevaba un mapa y una brújula por si se perdían y a las tres en punto se pusieron en camino. Cada quince minutos, Pipo hacía una parada de descanso. Después de la tercera parada, ya casi de noche, el señor Tadeo dijo: ese es el pueblo.
Pipo preguntó: ¿Está usted seguro? -pues era un pueblo de pequeñines, todo muy diminuto.
Aterrizaron en un lugar cubierto de hierba y musgo. Pronto les rodearon muchos pequeñines, amigos del señor Tadeo. Este les contó que traían a Ifo para que lo viera el médico.
Rápidamente lo llevaron a la consulta del doctor Tomillo.
Estuvieron varios días en el pueblo hasta que Ifo se curó. Pipo aprovechó para descansar y prepararse para el viaje de vuelta. El pueblo tenía escuela, mercado, hospital y muchos jardines y plazas donde jugaban los pequeñines.
Pipo conoció a otros abejorros y a todos preguntaba por su familia, pero nadie los había visto.
Cuando el médico dio permiso a Ifo para volver a casa, los vecinos hicieron una rampa para despegar, como la que utilizaron al emprender el viaje.
Entre todos llevaron el aviobús a lo alto de la rampa. Pipo se ciñó el aviobús con cuidado de no rozar sus alas y emprendieron el camino de vuelta a la aldea. Antes de anochecer ya estaban en casa.
Salieron todos los vecinos a recibirlos. Cuando aterrizaron decían aplaudiendo: ¡Viva Pipo, viva Pipo! Tin se acercó a Pipo y le dio las gracias por ayudar a Ifo. –De nada, ha sido un placer. Ahora tengo una nueva familia. Y además muchos amigos en el otro pueblo de pequeñines.
Y le dijo a Tin: tenemos que mejorar el aviobús: debe pesar menos; así irá más rápido. Propondré a tu padre viajar al pueblo cada vez que lo necesitéis. Ahora tengo sueño, voy a dormir. Buenas noches, Tin. Buenas noches, Pipo. Hasta mañana.
FIN
© María Teresa Carretero García