Esta es la historia de un caballito valiente. En un claro del bosque vivía un grupo de caballos. Se pasaban el día pastando y galopando por el bosque y las praderas. Cuando tenían sed bebían agua en un pequeño arroyo. Nuestro caballito era muy curioso y le gustaba inspeccionarlo todo.
Un día que bebía agua junto a un grupo de compañeros, preguntó al más anciano: ¿por qué siempre bebemos en el arroyo, si tenemos cerca un gran río donde beber agua y bañarnos?. El anciano caballito respondió: Hace mucho tiempo que no bajamos al río. Una familia de cocodrilos se instaló en él y ya se han comido a varios caballos mientras bebían agua o se bañaban. Ahora solo queda un cocodrilo al que llamamos Malo. Se pasea río arriba y río abajo buscando presas para atraparlas y comérselas.
Pues yo, dijo el caballito, no le tengo miedo a nadie ni a nada, soy un caballito muy valiente y me gustaría que me llamarais “Caballito Valiente”. Un día iré al río a beber agua, a ver si se atreve conmigo. El anciano caballito repitió: tú ya estas avisado; si te hace daño es cosa tuya.
Pasó el tiempo. Un día corría el caballito cerca del río, sintió sed y se aproximó a beber. Se introdujo en el agua con mucho cuidado. Mientras bebía, no dejaba de mirar el agua por si aparecía el cocodrilo Malo. Qué pena que no podamos disfrutar de este hermoso río con tantos árboles que hay aquí y lo bien que se está, pensaba. Desde lejos, agazapado tras unas rocas y muy enfadado, Malo lo vigilaba. No soportaba que alguien que no fuera él entrara en su río, que era muy grande y con aguas cristalinas muy fresquitas.
Al caballito Valiente le gustó tanto que ya no iba nunca al arroyo a beber.
Una vez mientras bebía observó una sombra bajo el agua, que se acercaba sigilosamente. El agua apenas se movía. El caballito dio un brinco y salió del agua. Malo sacó la cabeza del agua y dijo con voz fuerte y muy desagradable: de esta te has librado hoy, pero ya verás la próxima vez. Valiente no se asustó. Tenía siempre mucho cuidado desde que una vez estuvo el cocodrilo a punto de morderle una pata: le soltó una coz y el cocodrilo se marchó rápidamente. Espero que el chichón que te salga te haga recordar que yo sé defenderme muy bien, dijo. Y se puso a relinchar.
Valiente observó que el río traía cada vez menos agua; no sabía por qué. El cocodrilo ya no se podía esconder bajo el agua, era imposible no verlo; eso lo ponía de muy mal humor.
Pasó el tiempo. Un día Malo estaba llorando y muy agotado. El río casi no traía agua.
Valiente le preguntó desde la orilla: ¿qué le pasa al río?. Malo dijo entre sollozos: Unos hombres están haciendo una presa y eso retiene el agua de mi río. -¿Tu río-?. –Bueno, el río de todos, dijo el cocodrilo.
Eso está mejor- respondió el caballito.-Me moriré si el agua sigue disminuyendo: nadie me puede ayudar. Este río dejará de tener un hermoso cocodrilo como yo, bua buaaa. -¿Y sabes por qué nadie te ayuda?- Pero eso es otra cosa. – No, cocodrilo, tú has sido malo con los demás y por eso no te quieren. –Y ahora, ¿qué puedo hacer?. –Pues pedir ayuda. Pero ¿a quién?. -A todos nosotros.
Poco a poco habían ido llegando al río unos animales del bosque, que escuchaban atentamente la conversación. Malo lloraba y lloraba porque sin agua se moriría. –No llores, te ayudaremos. ¿De verdad?, ¿en serio?.
Se escuchó cómo todos los animalillos aplaudían y gritaban muy contentos.
Solo te ponemos una condición: que prometas delante de todos que nos dejarás beber a los animales del bosque y descansar a la orilla del río.
Los animalillos gritaban y aplaudían al tiempo que decían: Como eres un mentiroso, no nos fiamos de ti. Promételo ya. -El cocodrilo lo prometió a su pesar. –Pero vosotros tenéis que cumplir lo prometido. -¡Eso está hecho!, gritaron todos a la vez.
El caballito Valiente y sus amigos cumplieron su promesa y días después comenzó a crecer el agua del río hasta volver a su estado normal.
El cocodrilo Malo era feliz y nunca se arrepintió de no ser ya mentiroso, orgulloso y desagradable con los demás.
El río se convirtió en un lugar alegre y divertido, donde todos los habitantes del bosque eran felices y respetaban a los demás.
Malo el cocodrilo había aprendido que las promesas se deben cumplir.
FIN ©Mª Teresa Carretero García