Ángel tenía tres años. Un día fue con sus papás de paseo y vieron en una tienda un cepillo de dientes precioso y se lo regalaron.
Sus papás le explicaron: sirve para lavarte los dientes después de comer y de cenar.
Si así lo haces, los tendrás preciosos.
Ángel no les prestó mucha atención. Estaba más interesado en el cerdito de juguete que su perrita Lula hacía pitar.
Pasaron los días y el pequeño cepillo se aburría en su vaso del cuarto de baño. ¡Qué poco me divierto en esta casa!, decía. Con lo que me gusta que me refresquen bajo el grifo.
Como se aburría tanto, recorría la casa haciendo travesuras y se escondía en los lugares más insospechados.
Un día la mamá de Ángel metió la mano en el bolsillo de su chaqueta y encontró el cepillo. ¿Quién lo habrá puesto en el bolsillo? -se preguntó.
Otro día el papá encontró el cepillito dentro de uno de sus libros y pensó: ¡Cuántas travesuras hace Ángel!
Otra vez se metió en el frigorífico y pasó tanto y tanto frío que estuvo una semana debajo de las toallas en un cajón del baño. El cepillito se quejaba de su mala suerte y decía: ni siquiera me ha estrenado. No le intereso.
Y tomó una decisión: mañana me marcharé de esta casa.
Sus compañeros del baño, los cepillos, los jabones, las toallas, las colonias, le dijeron: ¿estás loco?, dónde vas tú solo? No conoces la ciudad… El cepillito de dientes, casi llorando, respondió: pues, pues, iré a un lugar donde me hagan caso y me quieran…
Sus compañeros se callaron, pues no sabían qué responderle. Esa noche, Ángel de madrugada se levantó y fue a la habitación de sus papás. Del cuarto de baño oyó ruiditos y se paró a escucharlos: eran unas voces. Adiós, cepillito, le decían sus compañeros. Ojalá encuentres una casa donde te quieran.
Ten mucho cuidado, le decían. No os preocupéis por mí, respondía el cepillito: no me pasará nada. Me pondré junto a la puerta de la calle y cuando la abran por la mañana, me marcharé. Adiós, amigo, adiós, adiós…
El niño se acordó entonces del cepillo de dientes que le habían regalado y pensó que era es verdad lo que decía el cepillito. No le he hecho ningún caso desde que llegó.
Al volver a su habitación, vio al pequeño cepillo sentado junto a la puerta de la calle. Se había quedado dormido. Con mucho cuidado se lo llevó a su cama y lo acostó junto a él.
El cepillito se despertó y se dio un susto enorme. ¿Qué pasa aquí? ¿Dónde estoy?.
Ángel dijo sonriendo: estás en mi cama, y no quiero que te vayas; quiero ser tu amigo.
El cepillito sonrió y le dijo: Yo soy muy importante para ti. Cuido tus dientes y hago que no se estropeen, pero tienes que hacerme caso.
Sí, dijo Ángel. Siempre te haré caso.
-Pero cada día después de comer y cenar, tienes que lavarte los dientes. Parecerán unos soldaditos puestos en fila en tu boca, muy blancos y muy limpios.
De acuerdo, cepillito de dientes, pero no te vayas. Quédate conmigo y seremos muy, muy amigos.
FIN © Mª T. Carretero