Blanqui respondía Pues…, pues… a nadie aún.
¿Y a qué esperas?, pronto se hará de día. El fantasmita se ponía rojo y se marchaba, mientras los demás fantasmas se reían.
Estaba muy triste por no saber cómo asustar. Una noche de luna llena se vio en una charca y se asustó tanto que estuvo corriendo toda la noche. Al amanecer se quedó rendido y cayó dormido a la sombra de un árbol. Hacia el mediodía se despertó; el sol era muy fuerte. Cuando abrió los ojos se asustó, porque estaba en un lugar del bosque que no conocía… y se puso a temblar.
Miró a un lado y vio a unos pequeños monstruos y una niña que lo observaban fijamente. ¿No os asustáis al ver a un fantasma?, preguntó. ¡Qué va! respondieron todos. ¡De nosotros sí que se asustan! dijeron a coro. ¿Y por qué? preguntó Blanqui. -¿Pues no ves que somos monstruos, y además pequeñajos?
Bueno, respondió Blanqui, a mí me da igual; me habéis ayudado tapándome del sol.
Sí, fui yo -dijo la niña: ellos no sabían que con el sol te podías quemar.
Gracias, niña -dijo Blanqui; pero me tenéis que ayudar otra vez: llevadme a un lugar oscuro para que me pueda dormir hasta que se ponga el sol.
Aquí cerca, tenemos nuestro escondite, dijo la niña, una cueva. -Pues llevadme ahí, por favor.
Cuando llegaron a la cueva, el fantasmita se fue al fondo. Se durmió profundamente.
¿Qué hacemos ahora?, preguntaron los pequeños monstruos
Pues… seguir jugando y volver cuando anochezca. -Buena idea, dijo el monstruo verde: hay que aprovechar el día para jugar.
La niña vivía sola en una casita. Los monstruos se habían convertido en sus mejores amigos.
Por la noche, volvieron a la cueva. Blanqui estaba arreglándose su traje blanco para salir a asustar.
Blanqui, ¿dónde estás?, gritaron. -¿Se habrá ido?, dijo el pequeño monstruo rojo.
¡Qué va!, estará preparándose para asustar, dijo la niña.
¡Estoy aquí!, dijo Blanqui desde el fondo de la cueva. Me preparo para volver con mis compañeros y asustar a la gente.
¿Y por qué tienes que asustar? Preguntó la niña.
Pues veamos… ehm… no lo sé pero es lo que siempre han hecho los fantasmas.
Pero si no sirves para asustar, dijo el monstruo morado, algo tendrás que hacer, ¿no?
Eso digo yo, respondió Blanqui: tengo que buscarme otro trabajo. -¿Y cuál? Preguntó la niña.
Pues, no lo sé, dijo Blanqui; ¡y mira que lo he pensado!… pero no se me ocurre nada.
Esta noche, quédate con nosotros, dijo la niña; seguro que no te echarán de menos. Eso es verdad, dijo Blanqui un poco triste.
Vamos, vamos… nada de ponerse triste –dijo el pequeño monstruo azul.
Eso, eso –dijeron todos; y la niña añadió: esta noche cenaremos en mi casa.
¡Pero con poca luz!, suplicó Blanqui.
-No te preocupes, dijo la niña: Como hay luna llena, abriremos las ventanas y no harán falta luces -¡Gracias, preciosa! Exclamó Blanqui. Hasta la noche, amigos,
-Hasta la noche, respondieron los monstruitos.
Los animalillos se miraron y dijeron: Blanqui, ¡si no nos asustas! déjalo ya, no te esfuerces.
Blanqui sintió tanta tristeza que comenzó a llorar. Los animalillos no sabían qué hacer. Ese llanto les ponía los pelos de punta. Los árboles bajaban sus ramas para que el viento se llevara el llanto, que llegó a lo más profundo del bosque. Los animales enmudecieron del susto. No se oía ni el crujir de una rama.
Blanqui volvió a la cueva decidido a dejar de asustar para siempre.
Cuando llegaron sus amigos, la niña le dijo: Has asustado a todo el bosque como nadie jamás lo había hecho. -¡Hasta nosotros nos hemos asustado!, dijeron a coro los monstruitos.
Repite, repite, dijo Blanqui. ¡ Que has asustado a todos!, volvió a decir la niña.
¡Yupi… Ja ja ja, no me lo puedo creer! Yo solo, he asustado, he asustado yo… ¡yo , yo mismo!
Ya no se reirán más de mí los otros fantasmas… ¡Pero ahora soy yo quien no quiere estar con ellos!.
Muy contentos marcharon todos a cenar a casa de la niña. Por el camino, el monstruo verde le preguntó ¿Cómo es posible que siendo fantasma no supieras asustar?. Entonces Blanqui le contó su historia:
Me perdí en el bosque cuando iba con mi mamá y un grupo de fantasmas a una reunión. Caí en un profundo agujero. Mi mamá y sus amigos me buscaron día y noche por el bosque pero yo no los oí llamarme. Una ardilla me ayudó a salir y me quedé a vivir aquí. Como todos me conocen, pues… nadie se asusta de mí.
-Aaah, por eso no asustas. Ahora lo entendemos –dijeron a coro los monstruitos.
Y como estaba solo no aprendí a hacer las cosas que hacen los fantasmas. Pasó el tiempo… Un día me vio solo la abuela fantasma y me adoptó como nieto; ella me enseñó a cocinar.
-¿De verdad sabes cocinar?, preguntó el monstruo rojo. Sí, y muy bien.
¿Quieres quedarte con nosotros y ser nuestro cocinero?, dijo la niña. ¡Sí, quédate con nosotros, que la niña es muy mala cocinera!, insistieron los monstruitos.
Bueno, bueno: Si así lo queréis, seré vuestro cocinero. Me encanta cocinar y hago unos dulces riquísimos.
¡Decidido!, dijeron los monstruitos: Te quedas a vivir con nosotros.
Sí, quédate, porfa, dijo la niña.
Y así fue como el fantasmita miedoso encontró un oficio que lo hizo feliz.
FIN
© M. T. Carretero