Había una vez un gatito que vivía en un parque. Un día encontró un perrito que se llamaba Sam.
Oye, gatito, dijo Sam: cómo te llamas? — El gatito se quedó pensando y dijo: No tengo nombre.
El perrito pensó un poco y dijo: No puede ser; todos tenemos un nombre. —Sí, dijo el gatito, pero yo estoy solo y nadie me ha dicho cómo me llamo.
Sam dijo: pues yo te pondré un nombre. ¿Cómo quieres que te llame, gatito?–No sé, me llamaré como tú quieras, y sonrió.
Sam pensó: es muy difícil elegir un nombre para alguien pues lo llevará toda la vida.–A ver, dijo Sam, déjame pensar un ratito.
Se sentaron en silencio los dos. De pronto el perro dio un grito y dijo: ¡Ya lo tengo! Te llamarás Bird.
¿Cómo?, dijo el gatito: eso es pájaro, no me gusta.–Tengo otro, dijo Sam: ¡ Chocolate!
Tampoco me gusta! —¡Pues qué difícil es poner un nombre!
Oye, ardilla: dinos un nombre para el gatito.
Pues, pues… Segismundo.
El gatito dijo: ¡Es muy largo!
Entonces le pidieron ayuda a un pájaro. Dijo: pues ponedle Arbolgrande.
No, no me gusta ese, dijo el gatito.
Le pidieron ayuda a una mariquita y ella dijo: ¡Color rojo!, a mí me gusta mucho.
No, dijo el gatito: no me gusta.
Bueno, ya sé: como es tan difícil me quedaré sin nombre.
Un niño pasaba por allí y los oyó hablar. ¿Queréis que os ayude?, preguntó.
Sí, por favor, dijeron todos.
Pues te puedes llamar Harry, como mi primo. Y todos aplaudieron y se rieron mucho.
Y el gatito decía: ¡mi nombre es Harry, mi nombre es Harry!