La tienda de juguetes en el mes de diciembre era como un mágico torbellino. Las estanterías estaban repletas de juguetes, dispuestos para ser recogidos por los mensajeros de Santa Claus y de los Reyes Magos. Yo sé bailar y cantar, decía una muñequita, a mí me escogerán la primera.- No, no, dijo un pequeño tren: mi locomotora echa humo de verdad y pita, seré yo el primero que escojan. Te equivocas, dijo un ordenador, porque yo tendré un éxito increíble.
En un estante en lo alto los escuchaba un soldadito que había perdido su tambor en el camino desde la fábrica y estaba pensando: ¿Qué haré?: aquí arriba nadie me va a ver, estoy además sin el tambor y nadie me va a querer. Eso le ponía muy triste. Ya sé: ¡me escaparé, porque nadie me va a echar de menos!. Se bajó del estante y al abrir la puerta un niño, aprovechó para irse. Ya estaba fuera.
La calle estaba preciosa, llena de luces de colores y las puertas de las tiendas estaban adornadas de flores rojas, arbolitos de navidad, trineos… qué guay, todo espléndido, pensó. Pero ¿a dónde iré, si no conozco la ciudad?. Se fijó en unos niños y una anciana y los siguió, echó una carrerilla y se puso junto a ellos con cuidado de que no lo notasen. Llegaron a un centro comercial. Los niños sacaron de sus bolsillos unas cartas y las echaron en un buzón.
Como era tarde y no sabía dónde ir, el soldadito se echó junto a una gran caja de cartón y se quedó dormido.
Cuando despertó se subió adentro de la caja y vio que estaba llena de cartas. Casi sin darse cuenta se vio en medio de la caja rodeado de cartas por todas partes. Intentó salir y chillar pero unos hombres se llevaron la caja a un camión. Pronto se durmió de nuevo.
Lo despertaron sonidos de campanitas y risas. Se levantó y miró alrededor procurando pasar inadvertido. Su sorpresa fue enorme y tuvo que frotarse los ojos pues no podía creer lo que veía. Miró de nuevo y estaba…¡estaba en casa de Santa Claus!
¡No puedo creerlo, no puedo creerlo!, repetía mientras saltaba entre las cartas. Una señora de pelo blanco, la mujer de Papá Noel, llegó hasta la caja y se la llevó a una sala resplandeciente de luces de color, trineos rojos y figuras de renos. Había muchos juguetes con sus correspondientes cartas.
El pequeño soldado intentó escapar pero la señora lo tomó diciendo: ¿Quién habrá puesto este juguete entre los juguetes con carta? Puede que alguien lo haya traído para compartirlo junto con los otros juguetes.
-No, señora, dijo el soldadito, fui yo que me escapé de la tienda porque soy feo y he perdido el tambor; nadie querría llevarme a su casa.
–No te preocupes, dijo la señora: aquí los geniecillos te pondrán un tambor con música y te convertiremos en el juguete más precioso de todos.
-¿En serio?
-¡Claro que sí!, dijo la señora.
–Me hace usted feliz de verdad, dijo el soldadito.
Y así termina la aventura de este pequeño soldado de madera.
FIN ©Mª Teresa Carretero