Un león paseaba por la selva, muy enfadado. Rugía sin parar grr. grr. grr., tengo hambre, tengo mucha hambre.
Los animales se escondían, se subían a los árboles, cuando el león tenía hambre, pues se ponía furioso.
Se cruzó con un conejito. Hola señor león, buenos días, saludó el conejito. El león le respondió grr… grr… grr… ¿Dónde va tan serio?, preguntó el conejito.
Tengo tanta hambre que me comería cualquier cosa. Incluso a ti, dijo el león. El conejito, separándose un poco le dijo: pero los leones no comen conejitos: somos muy pequeños y tenemos muchos huesos.
¿Si te ayudo a encontrar comida, dejarías tranquilos a los animalitos de la selva?
Bueno, dijo el león, si la comida me gusta, a lo mejor.
El conejito habló con los monos, que trajeron plátanos y piñas. Los elefantes trajeron sabrosas ramas muy dulces. Las jirafas cogieron las manzanas más grandes de los árboles. El hipopótamo trajo sabrosos pescados muy grandes. Los pájaros también ayudaron y les dijeron que había un búfalo ahogado en el río.
Todos ayudaron y prepararon un gran banquete. Asaron el búfalo con manzanas, piña y las ramas dulces de árbol.
El león durmió la siesta. Después se preparó para la cena, se bañó, se secó bien al sol y se peinó la hermosa y larga cabellera.
Todos los animalitos preparaban la cena del león. Cada uno ayudaba como podía. Los pajarillos buscaron hojas que colocaron a modo de mantel.
Los monos pelaron las frutas y las colocaron sobre él junto con las otras viandas. La jirafa, con su gran cuello oteó un asiento para que el león estuviera cómodo.
El conejito formó un coro, que cantaba y bailaba al son de la música de otros animalillos. Cuando la cena estuvo preparada, despertaron al león, que se puso a seguir el rastro de la comida con su buen olfato.
Al ver la cena, se puso muy serio. El conejito le preguntó: Señor león, ¿es que no te gusta lo que hemos preparado?
El león tosió un poco y dijo con fuerte voz: nunca nadie me había preparado una comida como esta. Todos se sentaron en silencio, esperando la reacción del león cuando terminase de comer. Y dijo: ¡Vamos, ¿qué esperáis? Que suene la música, bailemos todos.
El conejito le preguntó: pe pe… pero te ha gustado?
Claro que sí, chaval, todo estaba muy bueno. Si me preparáis comidas así, nunca más perseguiré ni me comeré a ningún animal de la selva.
Y desde entonces los animales de aquella selva tuvieron al león como amigo. Los animalitos quisieron agradecer al conejito su ayuda y le hicieron una gran tarta de zanahorias, que era lo que más le gustaba.
El león aprendió a convivir con los demás animalitos y muchas veces él también ponía la mesa, buscaba la comida y la cocinaba. Era un bosque conde reinaba la armonía.
FIN © María Teresa Carretero