Un día dormía plácidamente un rey león bajo la sombra de un gran árbol de la selva. Había comido mucho y tenía la tripa llena.
Un ratoncillo caminaba muy cansado y al ver el árbol se dijo: descansaré bajo su sombra. Nunca había visto un león, y este dormía boca abajo dejando ver su larga melena. El ratón buscaba un sitio mullido para reposar y cuando vio aquella cabellera dijo: Uy uy, qué suerte tengo: encontré un lugar muy blandito para descansar. Sin pensarlo dos veces se acostó sobre la melena del león.
Cuando el león despertó de la siesta y se dio cuenta de que tenía un ratón encima, se enfadó muchísimo y comenzó a hacer ruido y abrir sus enormes fauces. El ratoncillo, despertó con el ruido. Parece como un bostezo, dijo; pero al ver al león enmudeció del susto.
¿Quién eres tú?, preguntó el león. ¿Cómo te atreves a subirte a mi cabellera, animalillo minúsculo? Te comeré ahora mismo.
El ratoncillo le dijo: -Perdone, señor. -No, no: Rey león. -Perdone, rey de los leones. No sabía que estaba durmiendo sobre un señor león, fue sin querer.
-Pues yo te voy a comer.
-Por favor, no me comas, déjame ir. El león echó a reír: ja ja ja. -Rey león, si me dejas ir, algún día te devolveré el favor.
-Qué dices! dijo el león sin parar de reír. ¡Una cosa tan pequeña cree que podrá ayudar al rey de la selva! ¡qué disparate!
-Tú déjame libre, que en la selva hay muchos peligros y no hay que despreciar una posible ayuda.
Después de pensar un rato, el león le dijo al ratoncillo: Bueno, lo he pensado mejor y te dejo ir.
¡Pero no te cruces más en mi camino!
Pasó el tiempo y un día que el ratón paseaba por la selva, oyó unos tristes gemidos:
Al acercarse, vio el ratón un león atrapado en la trampa de un cazador. -¿qué te pasa?, le dijo. -Ya ves, un cazador me ha pillado en su trampa y no me puedo soltar.
El ratoncillo dijo: si quieres, te ayudo. El león con lágrimas en los ojos le suplicó: Sí, ayúdame, por favor. Entonces el ratoncito comenzó a roer la cuerda de la trampa con sus afilados dientes.
-Oye, león, tu voz me resulta conocida. ¿No serás tú un rey león? -Sí lo soy, dijo. -¿Y cómo me conoces tú?. -Yo soy el ratoncillo que durmió en tu cabellera y que tú te querías comer. -Ah, sí, ya lo recuerdo: me decías que te soltara… y al final te solté. Hice bien, porque ahora, gracias a ti seré de nuevo libre.
El ratoncillo terminó de abrirle la trampa y los dos se marcharon tan contentos y amigos para siempre.
El león ya nunca despreció a ningún animal de la selva, fuera grande o pequeño, porque puede que uno lo necesite en algún momento y porque todos podemos ayudar a los demás.
FIN
Adaptado por Mª Teresa Carretero