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La Lechuga Afortunada

El Dragón Enano

Todos los cuentos de este blog han sido creados con mucho amor por Mª Teresa Carretero. Espero que los disfrutéis 🙂

Caminaba una lechuga junto a la carretera. Iba seria, molesta, algo triste.

Esa mañana habían recogido las lechugas del huerto donde vivía. Era algo flacucha y pensaron que en el mercado nadie la compraría. La abandonaron en el suelo junto a una caja verde.

A la lechuga le molestó que la tiraran y pensó: es una pena que no me puedan usar en una buena ensalada, con las vitaminas que tengo. Pero bueno, ellos sabrán…

Rápidamente miró alrededor. Estaba sola. Vio una carretera y se dirigió hacia ella. Hacía sol, y el calor cada vez era más fuerte. Anduvo un buen trecho, pero finalmente sentía que las fuerzas le abandonaban. Comenzaba a ponerse mustia.

¡Madre mía! repetía. Con este calor moriré antes del anochecer. Sin fuerzas se sentó a la sombra de un arbolillo y se durmió.

Un sonido la despertó. Era el claxon de un coche. Un pimiento rojo, desde dentro la llamaba. Oye, nena, dijo. ¿Estás sola? ¿Esperas a alguien, o necesitas ayuda? La pobre lechuga intentó gritar pero casi no le salía la voz del cuerpo y dijo: Estoy sola y desfallecida.

¿Qué necesitas, tesoro? preguntó el pimiento. –Agua, agua, mucha agua por favor! Y se desplomó.

Eso está hecho, dijo el pimiento, algo nervioso al verla en el suelo.

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Rápidamente sacó una botella de agua del coche y la vació sobre la lechuga. Huy, huy, ¿qué pasa, qué pasa, dónde estoy?

Estás conmigo en la carretera y te estoy echando agua, que es lo que me has pedido.

Oh… me has revivido. Qué fresquita está. Estoy nueva.

Muchas muchísimas gracias, Pimiento!

No hay de qué, guapa. Estamos para ayudarnos.

Adónde vas tan rebonita? Preguntó el pimiento. A ninguna parte, respondió la lechuga.

Pues… ese sitio no lo conozco, dijo el pimiento, y no te puedo llevar.

No te rías de mí, que estoy muy cansada.

Que era una broma –dijo el pimiento.

Yo voy a la playa: me reúno con mis amigos. Vamos a hacer una carrera de coches en la arena.

¿Y tú? preguntó el pimiento.

Yo no tengo dónde ir y si me quedo aquí me achicharraré.

¿Quieres venir conmigo? –Es que no te conozco.

-Soy un pimiento serio y formal, pero si no te fías de mí, no puedo hacer nada; piénsatelo.

-No tengo dónde ir y no conozco a nadie. ¿Y eso de hacer una carrera en la playa, está permitido? ¿No os multarán?  -No, Hemos pedido permiso y además es solo una vez al año.

-Ah bueno, eso está bien.

-Oye, lechuga, dijo el pimiento. ¿Quieres participar conmigo? ¿Cómo, de qué? dijo la lechuga.

-Pues de copiloto.

-Pero yo no sé lo que es eso y nunca he sido co.. copi-qué?

-Copiloto, lechuga, copiloto.

-Bueno, móntate en el coche y por el camino te explicaré qué tienes que hacer.

-Pero explícamelo muy bien para que lo entienda.

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-OK, te lo explicaré requetebién. Oye, lechuga, ¿Conoces el mar? ¿has estado alguna vez?

– No, nunca lo he visto.

-Te encantará: es precioso: Hay muchísima agua y es azul, azul, azulísimo.

-¿Y podemos beberla? 

-Ja, ja, ja –rió el pimiento. Pero si es muy salada!

-Y entonces ¿qué haremos cuando se termine el agua de las botellas?

-No te preocupes, lechuga, hay muchas fuentes para beber agua.

-Y ¿no nos faltará? Preguntó la lechuga.

-No, no nos faltará nunca.

-Pues vamos allá.

Hay que ver , dijo la lechuga en voz alta: Cuando me abandonaron en el huerto creí que ese era mi final y te he encontrado a ti que me has dado agua, que eres mi amigo, que me has hecho copiloto de carreras y me vas a llevar a conocer el mar. ¡Qué suerte tengo!

Y se puso a cantar tan feliz.   

FIN

© M. T. Carretero

 

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