En un hermoso jardín vivían muchas plantas: rosales, claveles, margaritas… y grandes árboles que daban mucha sombra en verano y también hierbas aromáticas.
De todas, la más bonita y olorosa era la menta. Estaba plantada en el centro del jardín y su olor superaba a rosas y jazmines.
La menta estaba muy orgullosa y hasta algo vanidosa de su éxito. Todos los visitantes alababan su belleza y su penetrante olor.
Un día llegó al jardín una oruga verde; venía de otro jardín del que ya se había cansado. ¡Qué bonito es este jardín!, se decía.
Aquí podré comer todas las hojas que quiera de mis plantas favoritas hasta hartarme. Se paseó por el jardín. Después de recorrerlo todo, decidió que se instalaría en el parterre de la menta. Cuando la menta se dio cuenta de que la oruga estaba en su parterre, le dijo: Oye, oruguita guapa, ¿por qué no te has instalado en otro parterre?; los pajarillos me han dicho que mi parterre no es el mejor: hay otros con mucho más sol y más agua y las hojas de las plantas son más dulces y sabrosas. La oruga le respondió: porque yo he elegido este lugar y nadie me va a cambiar de opinión. Yo siempre hago lo que me apetece. La menta preguntó: ¿Y tus amigos te dejan? , preguntó la menta. Pues sí, respondió la oruga, porque si no, no juego con ellos.
Aunque a veces pronto se cansan de mí y me dejan sola.
No me extraña, dijo la menta. Oye menta, vamos a poner las cosas claras. Bueno, contestó, la menta; habla, yo te escucho. Mira, dijo la oruguita: yo solo como hojas de menta y necesito muchas, pues quiero estar fuerte para ganar la carrera anual de orugas, así que ya lo sabes.
A la menta se le pusieron las hojas de punta y dijo: bueno, oruguita, podemos llegar a un acuerdo: yo te doy cada día unas hojas de las más grandes y tú te las comes y las dos tan contentas. ¡No!, gritó la oruguita; yo comeré lo que quiera y cuando quiera.
La menta dijo: pues saldremos perdiendo las dos, porque yo me secaré y tú te quedarás sin comida.
Para cuando te seques –respondió la oruguita- yo estaré bien fuerte y no te necesitaré. La menta comprendió que la oruga era una egoísta y nadie la haría cambiar de idea. Pasó el tiempo y la oruga cada vez se comía más hojas de la menta. Un día que la menta dormía la siesta, la oruga se comió hasta la última hoja de la menta y esta se secó.
La oruga se había hecho grande y fuerte. Como no tenía comida que le gustara, se fue a otro jardín a buscar más menta para comer. Cuando se dirigía a un precioso parterre de menta, una urraca la vio tan apetecible que se la comió. Y así terminó la historia de la oruguita egoísta.