Un niño jugaba en la calle con un bote de pompas.
Cuando comenzaban a salir las pompas, nuestra pompa, Bibi era su nombre, vio que un grupo de tres salieron juntas. Ella aprovechó para salir rápido y marcharse a vivir una aventura.
Estaba muy contenta; nunca había salido del bote.
No sabía adónde dirigirse. Pensó: lo más fácil es dejarme mover por el viento; mientras, aprenderé a moverme.
Al doblar una esquina se encontró con un carrito de helados. Tuvo que dar un gran salto para no caer en un gran bote de helado de fresa. A lo lejos vio un gran parque con muchos árboles y se dijo: descansaré un poco, así me repondré del susto.
Un perro la vio y corrió hacia ella. La pompa huía de su perseguidor y soplaba y soplaba intentando elevarse. El perro alzaba las patas y casi la rozaba. La pompa gritaba: Socorro, socorro! Y temblaba de miedo, socorro, que me persiguen. Ayuda, por favor.
Un pajarillo, desde una rama observaba la escena. Rápidamente voló a ayudar a la pobre pompa. Hola, pompa guapa, ¿necesitas ayuda? –Sí, por favor: no me quedan fuerzas, me voy a desmayar.
El pajarico, con gran cuidado levantó la pompa con un ala y la puso en su espalda.
Echó a volar y la subió al árbol. La colocó sobre el nido y pronto se quedó dormida. La tapó con unas hojas y se dijo: Ya tengo una amiga para jugar.
FIN
© Mª Teresa Carretero García