En las afueras de una pequeña ciudad vivía un hombre en su vieja cabaña. Su único entretenimiento era cuidarse la uña del dedo índice de su mano derecha. Esta había crecido más que las otras. Estuvo cortándola varios años, y cada vez que lo hacía esta crecía más.
Un día, cansado del trabajo que le daba la uña dijo: “Se acabó, quieres tomarme el pelo, pues no lo conseguirás, crece todo lo que quieras, desde ahora no te haré ni caso”. Cumplió lo que dijo y la uña creció y creció, hasta que dejó de hacerlo.
Así fue como la uña se convirtió en algo muy útil para Alberto, que ese era su nombre.
Con un tamaño de varios centímetros la uña resultó muy, pero que muy útil para Alberto. Con ella alcanzaba las cosas que estaban en los lugares altos de los armarios, se peinaba con ella e incluso le servía para recoger las semillas de las amapolas que había en el campo.
Un día al despertarse descubrió una cosa maravillosa en su uña ¡le había nacido en ella una amapola roja, muy roja, preciosa!. La cuidó con mucho mimo, regaba la amapola con agua clara de un manantial que había cerca de su casa y mientras vivió la amapola, tuvo mucho cuidado de no dañarla, pero la amapola se secó y la uña se volvió a utilizar para los trabajos que había hecho siempre.
La cabaña de Alberto era muy sencilla, él no necesitaba grandes cosas para vivir.
Detrás de la cabaña tenía un huerto donde había rosas, plantas aromáticas, naranjos, limoneros, lechugas tomates, perejil…decía Alberto que todas las plantas juntas crecían mejor, porque así se hacían compañía.
Un día fue a la ciudad a comprar clavos, pues se había estropeado una estantería de su casa.
Pues verá señor… Me llamo Alberto, dijo el hombre. Y yo Margarita: Como le decía, los ancianos del pueblo dicen que este pozo es mágico y que si dices ciertas palabras se cumple tu petición. Yo había pedido ser la primera de la clase para poder estudiar en la ciudad cercana. Es lo que me gusta y ahora sin mis libros no lo conseguiré.
Alberto se rascó la cabeza con su uña mientras pensaba, y dijo: Margarita, dime las palabras mágicas que pronunciaste. La niña comenzó de nuevo a llorar desconsoladamente y dijo con voz entrecortada por el llanto: Es que las llevaba escritas en la libreta que se cayó al pozo. Alberto intentó consolarla: No te preocupes, encontraremos una solución.
Buscaron por los alrededores alguna rama de árbol, pero todas era cortas. Entonces el dedo comenzó a girar y la uña a señalar hacia el pozo. Alberto estaba muy extrañado, pues aunque sabía que su uña era especial, nunca se había comportado de esa manera. Se dirigieron los dos al borde del pozo y Alberto colocó su mano sobre el pozo e inmediatamente el dedo y la uña señalaron en dirección al fondo. Ante el asombro de los dos, el agua comenzó a subir hasta llegar al borde, y pudieron rescatar los libros y el cuaderno. La niña no sabía cómo agradecerle su ayuda.
Alberto se llevo el dedo a los labios y dijo: de esto ni una palabra a nadie por favor. Así lo haré, respondió la niña. Y estudia mucho para que se cumpla tu deseo.
– Vale. Y muchas gracias por tu ayuda.
Nunca olvidó Margarita el gran favor que le hizo Alberto
Pasó el tiempo y un día que Alberto dormía la siesta escuchó ladridos y voces de personas cerca de su casa. Salió a la puerta y vio a su amiga Margarita. ¿Qué pasa, con tanto ruido?
-Un niño se ha perdido y andamos buscándolo. -Válgame Dios, pues si que es un problema. -Estamos muy preocupados porque si se nos hace de noche sin encontrarlo, el niño pasará mucho frío y mucho miedo.
-¿Y qué puedo hacer yo por vosotros? – Pues verás, recuerdas lo que pasó en el pozo? –Claro, para mí fue toda una sorpresa lo que ocurrió. -Pues ahora quiero que utilices tu uña mágica para que nos ayude a encontrar al niño. -Bien lo intentaré; veremos si funciona.
No quiero que nos vea nadie, Margarita. No te preocupes, me quedaré junto a ti y luego alcanzaré a los demás.
Alberto abrió sus manos e inmediatamente, de nuevo el dedo comenzó a girar y la uña, como si fuera una flecha, apuntó justo al lugar contrario por donde marchaba la gente.
Margarita exclamó: Madre mía, íbamos por el sitio equivocado. Muchísimas gracias por tu ayuda, Alberto. La niña corrió a avisar a la gente que el buen camino era otro.
Antes del anochecer encontraron al niño, que estaba sentado junto a un árbol y jugaba con unos pajarillos.
En el pueblo todos agradecieron a Margarita que les hubiera ayudado a encontrar el niño. Pero ella estaba muy preocupada porque fue la uña mágica de Alberto la que les indicó el camino correcto para encontrar al niño; debería decirlo, pensaba.
Un día fue a la cabaña de Alberto y ella dijo que no veía justo que se lo agradecieran a ella, que quería que se supiera la verdad. Alberto, sonrió y le dijo: Margarita, es mi deseo que no se sepa. A veces lo importante es ayudar a los demás, aunque nunca sepan quien lo hizo.
F I N ©Mª Teresa Carretero García