Juana era una rana muy traviesa. Su mayor diversión era gastar bromas, pero a veces eran bromas pesadas que no hacían reír a nadie.
Una mañana se levantó y dijo: hoy le gastaré una broma al árbol anciano; y eso hizo. Salió de su charca, se acercó al árbol y le dijo: Oye, árbol, ¿no hueles a quemado? –Yo no, dijo el árbol. Pues a mí me ha avisado un pajarillo que tu copa estaba ardiendo… y sí que está ardiendo.
El árbol comenzó a gritar: Socorro, socorro, fuego. A mí, ayuda, a mí.
Enseguida los animalillos del bosque se acercaron con cubos de agua y arena intentando apagar el fuego. Entonces se dieron cuenta de que no había ningún fuego y vieron a la rana Juana reír a carcajadas.
“Ja, ja, já” rió Juana; ¡era una broma! ¿No os divierte? ¡Si hubierais visto la cara del árbol cuando le he dicho que estaba ardiendo! Ja, ja, ja, era divertidísimo.
Los animalillos del bosque le reprendieron: ¿Cómo te vamos a explicar que esas bromas no se hacen?
–Pero a mí me gustan y me divierten, respondió la rana Juana. –Y el conejito contestó: ¡pero a los demás no! Si quieres seguir siendo nuestra amiga, no puedes gastar bromas como esa. -¿Y entonces, cómo me divertiré? , preguntó la rana Juana. –Pues jugando a otras cosas y aprendiendo a hacer bromas que no molesten ni asusten a nadie, respondió el conejito.
Y así aprendió la rana Juana que las bromas nunca han de servir para molestar o hacer daño a los demás.
FIN
©M. T. Carretero