Alonso Quijano, era un hombre a quien le gustaba muchísimo leer.
Tenía una gran biblioteca y poco a poco fue leyendo todos los libros que había en ella. Quería ser caballero andante como los protagonistas de sus libros. ¿Y qué era un caballero andante? Pues era como Super Mario: un caballero que ayudaba a pastores, a mujeres, a niños…Peleaba contra gigantes malos, encantadores, duendes malvados y magos perezosos.
Un día decidió ir en busca de aventuras. Para ser caballero andante, necesito una armadura, pensó. Revolvió toda la casa y al final encontró una vieja armadura. Muy contento dijo: ya tengo armadura. Cuando la vio más de cerca, notó que estaba sucísima y que olía un poco mal… bueno,
muy mal porque el gato la utilizaba para… Ahora tendré que limpiarla. Pero aún me falta el escudo, la espada, la lanza…
Pasó mucho rato buscando lo que le faltaba. Al final de la tarde se puso la armadura y dijo: Parece de plata. Será la armadura más bonita de un caballero andante. Comenzó a andar con ella y hacía un ruido horrible: ñac, ñec, ñac.
El galgo, que dormía en la cocina junto al fuego, al oír el ruido salió corriendo y ladrando: guau, guau. Topó con Alonso, quien cayó al suelo mientras decía: ¡Ay, ay ay mis huesos!
La criada, al oír el estruendo de la armadura al caer, acudió y cuando vio la armadura en el suelo y una voz que salía de ella, gritó: ¡Dios mío: un hombre de hierro! Y corría de un lado a otro de la casa gritando: ¡Socorro, auxilio! ¡A mí, a mí!
Alonso se quejaba cada vez más fuerte para que lo oyeran: ¡Ay. Ay! Que soy Alonso. Ven, ven ¿es que no me reconoces? ¡Ayúdame!.
La criada se acercó y le dijo: Nunca se había disfrazado Usted así. -Pues ayúdame a levantarme y a buscar mi espada y mi escudo que acabo de perder.
A la mañana siguiente, Alonso se despertó sobresaltado. No puedo ser caballero andante, dijo, si no tengo un buen caballo. Entonces se acordó de que en la cuadra había uno y fue a verlo. Allí dormía plácidamente su caballo.
Oye, caballito, soy tu amo, dijo Alonso. Te contaré una cosa. Pronto tú y yo viviremos maravillosas aventuras. Tú serás el caballo más famoso de los caballeros andantes.
El caballito abrió un ojo, miró a D. Quijote y siguió durmiendo.
Días después, una mañana muy temprano, se levantó Alonso, se puso su armadura, cogió la lanza y la espada, montó en su caballo y salió en busca de aventuras.
Dijo Alonso: desde ahora me llamaré Don Quijote y como vivo en La Mancha, seré Don Quijote de La Mancha. Y tú, dijo al caballo, te llamarás Rocinante.
El caballo respondió: Pues no me gusta ese nombre; ¿no puedo elegir yo uno?
Alonso, que ahora se llamaba Don Quijote, paró el caballo y dijo enfadado: ¿Qué pasa aquí?
Alguien le ha hecho a mi caballo algún encantamiento: un mago malandrín que yo conozco. Como lo agarre…
El caballo respondió: De encantamiento, nada. Yo hablo desde pequeño como mi mamá, mi papá, mis hermanos…
Bueno, bueno, no sigas, dijo Don Quijote. Se me hace muy raro que hables. Y Rocinante dijo: pues se tendrá que acostumbrar, porque cuando estoy nervioso, hablo mucho.
Bien, dijo D. Quijote, continuaremos andando hasta que anochezca.
Pasaron varias horas y Rocinante preguntó: Amo, ya está anocheciendo y tengo hambre; ¿Cuándo paramos? Pronto, dijo D. Quijote.
-Mira, mira allí, veo un castillo, Rocinante. -¿Queeeé?, dijo el caballo, ¡pero si eso es una venta!.
Que no, que te equivocas, es un castillo y un buen castillo. Y Rocinante pensó: ¡madre mía, cómo está este!
Llegaron a la venta que Don Quijote creía castillo. Cenaron y le pidió al dueño, que él creía señor del castillo, que lo armara caballero para poder correr aventuras.
El ventero cogió la espada, se la puso encima del hombre, le dio un abrazo y le dijo: Ya eres caballero. Ahora vete a dormir que es muy tarde.
A la mañana siguiente, Don Quijote, muy contento, salió de lo que él creía un castillo, dispuesto a correr todas las aventuras que se le presentaran. Pronto volvieron al pueblo, para buscar un escudero y por medicinas por si se hacía algún chichón.
En el pueblo habló con un labrador vecino llamado Sancho Panza. Le dijo: Si quieres ser mi escudero, yo te ofreceré un reino para que lo gobiernes. Es un reino muy rico donde hay muchísima comida y se llama Ínsula Barataria. Sancho Panza aceptó, pues tenía mucha hambre y pensaba que en la ínsula Barataria comería todo lo que quisiera.
Tengo todo lo que necesito, se dijo: hasta un escudero. Enseguida volveremos a salir de aventuras.
Un día caminaban por los campos y dijo Rocinante: Yo estoy cansado y quiero descansar a la sombra de un árbol. Sancho Panza, que iba distraído, dijo: Señor Don Quijote, ¡Qué ha dicho?
Don Quijote respondió. Yo, nada. -Pues yo he oído hablar a alguien. Claro, dijo Rocinante, he sido yo.
-¿Cómo?, ¿qué? este caballo está embrujado: algún mago malandrín se ha metido dentro de él.
¿Qué dices, Sancho? Dijo Don Quijote. Rocinante habla. -¿Y… y por qué no me lo ha dicho? Me ha dado un susto de muerte. –Pues porque yo hablo a quien quiero y cuando quiero, dijo Rocinante.
A partir de ese instante, Sancho siempre iba sobresaltado por si hablaba el caballo.
Oye, Sancho, dijo Rocinante: que si te da miedo, no hablo.
Sancho respondió: un poco sí pero ya me acostumbraré. Solo te pido que no me hables por la noche cuando duerma, porque entonces gritaré y gritaré.
Caminaban un día lentamente y Don Quijote se paró de pronto, miró al horizonte y dijo: Mira, Sancho, un ejército de gigantes. Vienen hacia nosotros. Son Muchísimos, mira, mira sus grandes brazos, cómo se mueven.
-Señor Don Quijote, yo no veo a nadie; esos son molinos de viento con sus aspas girando. -¿Qué dices, Sancho, bellaco? Si tú tienes miedo, yo lucharé contra ellos. Y salió al trote.
Sancho gritaba; ¡Don Quijote, que son molinos!,¡ que no son gigantes!
Don Quijote sacó la lanza y le dio al aspa de un molino; como giraba con fuerza, lanzó a Don Quijote por el aire. Y al caer se dio un gran coscorrón. Sancho Panza le curó el chichón y le dijo: eran molinos, señor. -No, contestó Don Quijote; eran gigantes y se han convertido en molinos.
Otra de las aventuras sucedió una vez que iban caminando y Don Quijote dijo: Mira esa polvareda, Sancho, es un grandísimo ejército que se nos acerca.
Sancho respondió: pues deben ser dos ejércitos, porque por ahí veo otro, señor. -Van a luchar entre ellos y veo a los jefes de los dos ejércitos y son personas muy importantes. ¿Ves a los gigantes que van con ellos? ¿No oyes el relinchar de los caballos? Sancho panza escuchó con atención y dijo: Yo solo oigo balar ovejas y cabras.
-Eso es el miedo que tienes, Sancho. Y Don Quijote fue directo a luchar contra uno de los ejércitos. Sacó su lanza y empezó a abrirse camino entre las ovejas y entre las cabras, que él creía soldados.
Los pastores gritaban: ¡deje en paz a las ovejas, no se meta con ellas, déjelas tranquilas! Uno de los pastores le tiró una gran piedra y Don Quijote cayó del caballo, y así terminó esta historia.
Cansado de aventuras, volvió a casa, donde cayó enfermó. Su familia y Sancho Panza cuidaron de él.
Don Quijote había olvidado todas las aventuras. Sancho Panza se las contaba y él decía: Seguramente un mago debió hechizarme y perdí la cabeza. Pero ahora ya estoy bien y nunca más iré a correr aventuras.
FIN
(relato y extractos adaptados para niños por Mª Teresa Carretero)