Un día un grupo de amigos decidió hacer una excursión. Se llamaban Uno, Dos, Tres, Cuatro, Cinco, Seis, Siete, Ocho, Nueve y Cero. Eran… sí, Los Números.
Uno parecía un soldadito, y les dijo a sus amigos: Yo marcharé el primero, pues soy el más viejo y quien más experiencia tiene de todos nosotros. Me seguirá Dos. Dos dijo: Yo iré, bien limpito y aseado y no me separaré de Uno porque soy un poco miedoso. Todos sabían que lo que más miedo le daba a Dos era oír el ruido del viento moviendo las hojas.
Tres era muy atrevido y se ponía hacia delante, con las patitas en el suelo, y corría y corría hasta perderse al fondo del camino; entonces se escondía, pues le encantaba asustar a sus amigos. Se oía de pronto ¡ZAS! (era Tres detrás de ellos), y los otros números, asustados, corrían a formar un círculo: Uno, que era muy sabio, les había dicho: Si formamos un círculo, nadie podrá con nosotros: gritaremos y gritaremos hasta que alguien venga y nos ayude, pues los chillidos de los números son muy penetrantes y hacen daño al oído.
Cuatro era el más lento y decía: Yo peso bastante y tengo que descansar, pero soy una buena silla dispuesta ayudar si me necesitan.
A Cinco le encantaba ir al campo y a los huertos: allí había conocido a una amiga muy parecida a él, La Hoz.
A Seis le gustaba sorprender a los demás. Hoy me disfrazaré de Nueve –decidió– y haciendo el pino aparecía como Nueve, y entonces Seis y Nueve parecían como hermanos gemelos, imposibles de distinguir.
Siete estaba muy orgulloso de su figura y decía: tengo un aspecto muy elegante: nadie puede confundirme, mi rayita en la cintura me da mucha compostura.
Ocho tenía una vista extraordinaria: le gustaba ponerse acostado en forma de gafas, y decía: Hago el servicio de vigilancia, para que nadie nos coma… pero me canso mucho durante el camino de tanto mirar y vigilar.
Nueve siempre estaba enfadado porque todos le decían que parecía un globo con un palito.
Él replicaba: es por mi gran cabeza de pensador. Puedo calcular en un momento la hora, las distancias, y muchas cosas más.
Cero era un poco patoso y siempre estaba tropezando con todo. Los números se reían de él y él les contestaba: Soy patoso, pero pronto aprenderé y ya veréis qué rápido ruedo por las laderas del monte.
A la excursión, cada uno llevó algo para comer; Uno llevaba el agua, para no pasar sed. Dos, que era muy goloso, trajo chuches, que guardaba en una bolsita. Tres no trajo nada, pero dijo: Yo no necesito traer nada porque soy experto en encontrar comida en el monte para mí y los demás.
Cuatro apareció cargado de bocatas muy sabrosos. Cinco guardaría en su panza los papeles y envoltorios para que no quedasen tirados por el monte. Seis se puso en forma de cesta e iba llena de fruta muy rica. Siete y ocho dijeron: Nosotros dos podemos convertirnos en un refugio donde nos resguardemos si llueve. Nueve llevó la leche y las galletas para la merienda.
Cero dijo: Yo puedo llevar… Los demás números no le dejaron terminar, dijeron: No, no, no es necesario que traigas nada; tú ten cuidado de no tropezar y de no perderte. Y no te separes de nosotros. Eso haré, contestó Cero.
Pasaron el día en la montaña jugando y divirtiéndose. A la hora de la merienda, cada uno hablaba de sus habilidades: Uno, por ser el más viejo e importante, habló a los demás y dijo a todos ellos: Todos somos importantes, pero nadie es más que los demás.
Cero dijo: Yo solo no valgo nada, y delante de un número, tampoco; ¡qué triste estoy! Y se marchó hacia un lugar apartado.
Cero tropezó y cayó rodando cuesta abajo. Como era redondo, no conseguía levantarse, ni siquiera detenerse…fue a parar al fondo del valle. Por suerte, no tenía magulladuras ni chichones: al ser hueco, pesaba muy poquito y además no se daba golpes fuertes porque, siendo redondo, rebotaba como un muelle.
Al rato, empezaron a echarlo de menos. Nueve dijo: ¡qué más da si se pierde! Cero no tiene importancia ni vale nada. Nadie le contestaba, pero Uno replicó: Cero es tan importante como cualquiera de nosotros. Sin él de compañero, yo no podría formar Diez ni tú –dijo a Nueve– podrías formar Noventa, ni Dos podría formar Veinte, y así los demás. Cero nos hace falta; sin Cero, estamos incompletos.
Anochecía cuando comenzaron a buscarlo. Uno le dijo a Ocho, por su buena vista, que se subiera encima de él para otear.
Alguien dijo: ¿No oís la canción de los amigos números? Viene de allá abajo. Ocho miró hacia el sitio de donde venía el sonido, y dijo: Allá está, apoyado en aquel pedrusco.
Cuando lo recogieron, estaban todos muy contentos porque ya estaban completos. Desde entonces cuidaron mucho de Cero para que no se perdiera. Los números sabían que habían de quererse bien porque para trabajar tenían que estar mezclándose todo el tiempo con los demás. Antes de irse a dormir, para celebrarlo, cantaron el rap de los amigos números.
”Un, dos, tres/ estamos en las cosas pero no nos veis. / Cuatro, cinco y seis – que rima con jersey.
Siete ocho nueve, ¡bien! / con el cero hacemos diez”.
FIN ©Mª Teresa Carretero García