El Enanito que quería Crecer
Facundo era un enanito muy alegre y divertido. Siempre estaba de buen humor y no cesaba de cantar y bailar. Le gustaba mucho pasear por el bosque y coger flores y frutas. Cuando no podía alcanzar algo, silbaba fuerte y enseguida venía un pajarillo que avisaba a los animalitos para que le ayudaran.
Hola, Facundo, ¿dónde vas?, le dijo una conejita. Voy a ver si encuentro setas para comer.- Pues ten cuidado, que algunas son venenosas. -Creo que sé distinguirlas, pero gracias por tu consejo.
Ese día no encontró ninguna seta, pero aún le quedaban en su despensa unas zanahorias. Se encontró con su vecina la ardilla y le dijo: Señora Ardilla, me puede ayudar? -¿Qué te pasa, Facundo?, dijo ella -Pues que se me ha terminado la miel y necesito más: me la puedes coger de ese panal que hay en el árbol?
-Claro que sí, respondió la ardilla; hablaré con la abeja reina.
La vida en el bosque era tranquila, pero… Un día llegó al bosque un zorro rojo. Este zorro se reunía con los animales y les hablaba sobre la vida que había llevado en un bosque de la ciudad.
Todos quedaban maravillados de las cosas que contaba y poco a poco la vida en el bosque fue cambiando. Los animalillos dejaron de ayudarse unos a otros. Casi no se hablaban y el enanito dejó de cantar y estar feliz. Cuantas más cosas maravillosas contaba el zorro, más descontentos se ponían sus amigos del bosque.
Facundo comenzó a pensar que era muy desgraciado por no conocer la ciudad. Pero lo peor fue que un día se miró en el agua de un estanque y dijo: Qué feísimo que soy, qué cabezón tan grande tengo, qué piernas tan pequeñas, qué brazos tan cortos… No sirvo para nada; soy un feísimo enano. Desde entonces no salió a pasear; quería estar solo para que nadie lo viera.
Una noche buscaba comida, pues ya no salía de día. Se encontró con la conejita, que le dijo: Hola, Facundo ¡Cuánto tiempo sin verte! ¿Has estado fuera? – No; ¿dónde quieres que vaya este pobre enanito?, contestó.
-¿Qué dices? ¡este no es mi Facundo, me lo han cambiado!
-Es verdad, dijo Facundo; ya no soy feliz siendo un enano. -Pero, ¿qué dices, Facundo? No te reconozco.
-Me da igual, conejita: Ya no quiero ser enano; quiero crecer y haré todo lo que pueda para conseguirlo. Me han dicho que hay un mago que puede hacerme grande y voy a verlo.
-Te equivocas, Facundo: cada uno es como es, por algo.
-Pues yo, quiero crecer y hacerme grande, insistía él. -Bueno bueno, no discutamos, tú haz lo que quieras, Facundo. – Eso es lo que voy a hacer ahora mismo, dijo él .
La conejita se quedó pensando: ¿Cómo ha podido cambiar tanto Facundo? No lo reconozco… Y se dio cuenta de que no solo Facundo había cambiado: también eran diferentes los otros animalillos del bosque. Ahora estaban todos descontentos de cómo eran: todos querían ser de otra manera.


Pasó el tiempo y la conejita se encontró con otro habitante del bosque. Era un muchacho alto que vagaba de un lugar a otro sin rumbo. Le dijo: Hola amigo, ¿Eres nuevo en el bosque? . -Qué va, contestó. Siempre he vivido aquí.
-¿Y cómo es posible que no te haya conocido hasta hoy? -Sí que me conoces, soy Facundo. -Pero, ¿Facundo, Facundo? Mi amigo el enanito?, dijo la conejita. -Sí, ese mismo.
–Fuiste al mago, ¿eh Facundo? -Ya ves que sí. Y he crecido muchísimo. -Estarás feliz. –No, estoy triste.
–¿Y por qué?, ya eres grande, Facundo, y eso es lo que querías.
-Llevas razón, conejita, pero ahora estoy triste y solo. Mira: ahora no me sirve mi ropa de enanito, ni mi cama, ni mi silla, ni mis platos ni mi casa, Y vivo a la intemperie. En verano paso calor y en invierno frío.
-Válgame, exclamó la conejita: Pues sí que tienes problemas.
-Y eso no es lo peor, -¿Pero hay algo más?, preguntó ella.
–Claro, mucho más: ahora estoy muy solo porque todos los animalitos dicen que no me conocen, que soy nuevo y que no me han visto nunca.
-Pues sí que tienes problemas, Facundo, cuánto lo siento.
– Imagínate: toda la vida queriendo crecer y ahora que he crecido soy muy infeliz. -¡Quiero ser un enanito como antes! -Por favor, conejita ayúdame a ser como antes.
-Bueno, tendré que hablar con el mago, dijo la conejita. Pero ya sabes que no le gusta deshacer sus magias: se enfada muchísimo.
-Por eso, te pido ayuda, conejita, para que el mago me vuelva como antes y sea un enanito feliz. Ahora soy grande pero soy muy desgraciado.
Pasó una semana y la conejita vio acercarse a un enanito que cantaba feliz por el camino.
Hola, conejita, soy yo Facundo. -Ya te veo: vuelves a ser como antes. -Sí, conejita, y estoy muy contento. Cada uno es como es: yo soy un enanito pero muy, muy feliz. Y se fue cantando por el camino.
–Adiós, Facundo. -Adiós conejita: hasta mañana.
FIN © Mª Teresa Carretero García