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El Pirata Malapata

El Pirata Malapata

En un puerto de la isla de Antigua estaba anclado el barco del pirata Malapata. Era un pirata serio, de mal carácter y poco hablador. Por su poca suerte le llamaban Malapata. Le gustaban los perros, los loros y las peleas… hasta que en una de ellas perdió un ojo y una pierna. Y entonces comenzó su mala suerte.

Con solo un ojo está llamando a la mala suerte, y le llegará cuando tenga  un perro y un loro – decían los marineros. La tripulación estaba alerta por si llegaba a tener estos animales. También decían: si alguna vez tiene un mono, se cumplirá la profecía y se convertirá en el rey de la mala suerte. Le acompañará la desgracia y todo lo que haga se malogrará.

Malapata compró un perro, que lo seguía por todas partes.  Más tarde compró un loro y los marineros empezaron a ponerse nerviosos. Solo falta, decían, que se compre el mono. En el momento que haga eso, desapareceremos y se quedará solo.

Un día Malapata apareció con un mono y los marineros al verlo saltaron por la borda gritando: ¡El desastre está aquí, ya está, huyamos rápido, huyamos!.

Malapata,  no entendía las cosas extrañas que veía hacer a sus marineros en cubierta. Corrían de un lado a otro como enloquecidos, algunos se lanzaban desde cubierta al agua. Él estaba más atento al mono, que daba saltos y gritos al verlos saltar por la borda.

 A la hora de cenar llamó a su tripulación. Nadie acudió. Salió a cubierta y gritó: ¡Preséntense todos los marineros, formación! ¡Quiero anunciar nuestro próximo viaje!.

Esperó un buen rato y al final aparecieron el perro, el loro, el viejo cocinero, un niño que era el grumete, un marinero llamado Tiburón –pues le faltaban todos los dientes… y el mono.

Al verlos, el pirata dijo muy enfadado: ¿esto es toda la marinería del barco? -¡Sí, Capitán!,-respondió el grumete. Y no necesitamos a nadie. Estamos preparados para partir en cualquier momento.

Pero eso no es posible, replicó Malapata. No podemos navegar sin tripulación. –Señor, dijo el grumete. Usted inténtelo, ya verá. 

Cansado de tanto problema, Malapata dijo: Tiburón y tú iréis a comprar lo necesario para el viaje. A la una en punto zarparemos.

A la una todo estaba dispuesto. El pirata gritó: ¡Tripulación, en marcha!, ante las risas de los  marineros de otros barcos

El mono rápidamente se subió al mástil más alto del barco y soltó las velas. El loro se colocó en el puesto de vigía. El perro traía cubos de agua y limpiaba la cubierta. Entonces, las risas de los marineros se convirtieron en asombro al ver todas las cosas que la minúscula tripulación era capaz de hacer.

Transcurrió una semana sin avistar barco que abordar ni isla donde repostar. Por fin, un día vieron un barco y se prepararon para el abordaje. Al aproximarse, se dieron cuenta de que no había nadie en él.        .

 Un barco fantasma! Gritaba el loro como un poseso: ¡un barco fantasma, un barco fantasma!  Malapata gritó: ¡calla, loro loco! Ya hemos visto que no hay nadie.

El grumete, el loro y el perro abordaron y recorrieron el barco.

El sabueso, husmeó por todo el barco. No dejó ni un rincón sin inspeccionar. El loro pronto encontró la despensa: ¡Eh, eh –gritaba: La despensa está llena, la despensa está llena! Cogieron los alimentos y los fueron llevando a su barco. Cuando ya se iban, el perro descubrió un hombre tirado en el suelo con un papel en la mano y se llevó el papel entre los dientes.

Al día siguiente, vio Malapata el perro jugando con su papel en cubierta; le dijo: ¡Filibustero, trae lo que llevas en la boca! El perro le obedeció.

¡Pero si es el mapa de un tesoro! ¿De dónde lo habrá sacado?, dijo. –Capitán: Solo ha estado en ese barco, , dijo el grumete. Filibustero, ¿lo encontraste en aquel barco? Guau Guau –respondió. –¿Y había alguien en el barco? -Guau guau guau!    

Volvamos de nuevo, dijo el Capitán: me temo que queda alguien y que necesitará ayuda.

-Pero Capitán ¡si usted nunca ayuda a nadie!, dijo el grumete. –Pues ahora sí, respondió: Ponte al timón y vira ciento ochenta grados, a donde hallamos el barco.

Se aproximaron al barco. Malapata, Filibustero y el grumete saltaron adentro. Un oficial del barco yacía en un camarote medio muerto. El perro lo husmeó y ladró varias veces. Está vivo, dijo el Capitán.  Lo trasladaron al barco de Malapata. Lo lavaron, le curaron las heridas, le dieron agua y lo acostaron en un camarote. El mono no se separó de él ni un instante. A la semana ya estaba restablecido.

-Gracias, Capitán. Gracias por ayudarme. -¿Qué pasó con tu barco?, preguntó Malapata.

-Unos piratas oyeron a nuestro Capitán decir en una taberna que teníamos el mapa de un tesoro. Una noche nos atacaron y se llevaron presos a todos menos a mí, que creyeron que me habían dado muerte. Yo tenía el mapa del tesoro pues me lo había confiado el Capitán, que no se fiaba de la tripulación. Pero el mapa lo he perdido, No sé cómo, pero no lo tengo.

-Está aquí, dijo Malapata. Te lo quitó el perro cuando subió a tu barco. -Pues ahora, es de los dos -dijo el oficial- y nos repartiremos el tesoro. -¿Sabes dónde está la isla?, preguntó Malapata. – Sí, Capitán, y también el lugar exacto del tesoro.

– Creo que ellos habrán llegado ya a la isla. – Pero el único que sabe el lugar exacto del tesoro soy yo, Capitán. Deberíamos ir a la isla, liberar a la tripulación y coger el tesoro.

-Sí, aunque ellos son muchos, replicó Malapata. -Son muchos, pero nosotros somos más listos, dijo el oficial.

-Pusieron rumbo a la isla. Durante la travesía idearon un plan para sorprender a los piratas. Llegaron a la isla ya de noche. Cada uno se había aprendido muy bien su cometido. Desembarcaron y se dispersaron. El perro quedó en la playa y comenzó a ladrar y ladrar.

¿De dónde habrá salido ese endiablado perro?, dijeron dos marineros que vigilaban la playa. Se acercaron y vieron que el perro mordisqueaba un papel.

¡Hay que llamar a nuestro Capitán Ojo de gato, dijo uno de ellos; y  rápidamente le cogió el mapa y gritó: ¡Ah bribones! ! Nos engañaron!: ¡esta no es la isla del tesoro; es aquella que se ve a lo lejos!.

Y al amanecer partieron Ojo de Gato y sus piratas hacia la otra isla, abandonando a su suerte a los marineros apresados y su capitán. Si podéis, salvaros vosotros mismos, dijo Ojo de Gato con una carcajada..

Rápidamente, el mono comenzó a abrir las jaulas donde estaban encerrados. El pájaro, con el pico les desató las cuerdas de las manos y los pies; el grumete entró en la jaula del capitán y dijo: Rápido, seguid todos al perro, que os conducirá hasta un barco; corred todos, corred, no perdamos ni un minuto.

Malapata, el oficial y Tiburón pronto encontraron el tesoro. Necesitaron ayuda para subirlo a su barco: había muchos cofres con oro, piedras preciosas y monedas.

-¿Dónde queréis que os lleve?, dijo Malapata al Capitán. -A mi barco, si lo encuentras.

-Vamos allá, respondió Malapata. ¡A toda vela, marineros!.

Los condujo a su barco, les repartió la mitad de la comida y el agua y dividieron el tesoro en dos mitades. Una para el capitán y su tripulación y la otra para el Pirata Malapata y los suyos.

Malapata y los marineros que quisieron se fueron en busca de una isla para vivir tranquilos y felices, y de vez en cuando ponían rumbo a puerto para divertirse y pasarlo bien.

                                                                  FIN                    ©  Mª Teresa Carretero

El Zorro y el Cuervo

El Zorro y el Cuervo

Hace mucho, mucho tiempo un señor llamado Esopo escribió historias entretenidas que siguen siendo muy famosas, como esta del Cuervo y el Zorro.

En un bosque vivía un cuervo negro que emitía unos graznidos bastante desagradables.

También vivía por allí un zorro muy astuto que intentaba ganarse la vida trabajando lo menos posible.

Iba un día el zorro husmeando por el bosque para encontrar algo que comer. En lo alto de un árbol vio sobre una rama un cuervo que sostenía algo en su pico.

Se acercó más y vio lo que llevaba el cuervo: era un queso que echaba un olor riquísimo.

Sus tripas comenzaron a rugir, del hambre que tenía.

Callaos, tripas, que vamos a asustar al cuervo, dijo el zorro.

  • Hola, señor Cuervo, ¿qué tal la mañana?. El cuervo movía los ojos pero no le contestaba.
  • ¿Está usted afónico?. El cuervo seguía callado pero ahora movía las alas.
  • Qué pena: ¡con la bonita voz que tiene y no puede alegrar el bosque con su canto!

 

Entonces el cuervo, muy orgulloso de su voz y de lo que decía el zorro, abrió su boca para cantar y comenzó a lanzar sus fuertes graznidos.

En ese momento cayó de su boca el queso, que el zorro recogió rápidamente y echó a correr con él: Ja Ja Ja, reía.

¡Por vanidoso te has quedado sin el queso!, le dijo. ¡Otra vez, duda de quien te adule, y no le hagas caso!

(Adaptación: Mª Teresa Carretero).

El Gato con Botas

El Gato con Botas

 

El molinero Pascual solo dejó a su hijo menor en herencia el gato de su granero. Como no tenía nada, pensó el muchacho en comerse al gato para no morir de hambre. Su gato era muy listo y le dijo: No se apure, mi señor. Deme usted una bolsa y unas botas para andar por entre los matorrales, y ya verá como esta herencia que soy yo puede hacerle rico.
Pascualín se dijo: dejaré hacer al gato, al fin y al cabo no tengo nada que perder. 
El gato, muy contento con sus botas, se fue enseguida a una madriguera y cazó un conejo. Entonces se dirigió al palacio real y le ofreció su caza al rey: He aquí, Majestad, un conejo de campo que el Señor Marqués de Carabás (nombre que el gato puso a su amo) le envía como presente, Señor.

Otro día regaló al Rey unas perdices y otras veces más varios obsequios. Así iba enterándose de los lugares por donde el Rey y su hija solían pasear. Solían ir por la orilla del río.
Tengo un plan muy bueno, dijo el gato a su amo; no tiene más que meterse en el río cuando le avise y en el lugar que yo indique y después déjeme actuar.
Paseaban una tarde el rey y su hija en su carruaje por la ribera y en cuanto Pascualín entró en el río, avisado por su gato, este gritó ¡Socorro! ¡Auxilio! ¡Que se ahoga el Marqués de Carabás!

De esta forma, Pascualín, desnudo, fue envuelto en ropas regias y subido al coche de caballos del propio rey.
El gato se adelantó a toda prisa hasta las tierras de un famoso Ogro. A los campesinos que trabajaban en ellas les dijo mostrando su espada: Amigos trabajadores, si no decís que todos estos campos pertenecen al Marqués de Carabás, os haré picadillo

Cuando llegó allí el carruaje del rey y les preguntó quién era el dueño de aquellas tierras, los trabajadores respondieron: Son del señor Marqués de Carabás, Majestad.

Al rato, el gato llegó al palacio del ogro y pidió ser recibido. Los guardias, desconcertados pues nunca habían visto un gato que hablase y además llevara espada, le llevaron ante su señor el Ogro.

El gato comenzó: He oído que tiene el poder de convertirse en cualquier clase de animal, por ejemplo, transformarse en león o en elefante. El ogro, muy orgulloso, dijo: efectivamente, y al momento se convirtió en un león dando rugidos. Y dijo el gato: Pero entonces le será imposible convertirse en algo pequeño, por ejemplo en ratón o rata.

Queriendo lucir sus habilidades, dijo el Ogro ¡Cómo que no! Ahora verás! Y lo hizo, quedando convertido en un pequeño ratón. En ese momento el gato lo pilló y se lo comió de un bocado.

Como había librado a todas aquellas gentes del malvado Ogro, el gato reclamó su palacio para el recién nombrado Marqués de Carabás y en él invitó al rey y la princesa.

Y meses después, Pascualín, ahora marqués, llegó a casarse con la princesa. El gato se quedó con su amo en el antiguo palacio del Ogro, como un señor y ya solo perseguía a los ratones para divertirse.

Adaptado y resumido por Mª Teresa Carretero  García