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La Joven Molinera y el Duende

La Joven Molinera y el Duende

En el pueblecito de Inthal, junto al lago Wal, un molinero tenía una hija muy bella y quiso que la conociera el rey. Ella se vistió y arregló elegantemente y una vez en la estancia del trono, explicó su papá:
– Majestad, mi hija hace cosas extraordinarias: cuando hila, sabe convertir la paja en hilo de oro.
-Eso cuesta creerlo. Que venga mañana para que la vea hacerlo: me gustaría ver cómo lo hace.
Al día siguiente llegó la joven y la pusieron a prueba: Toda esa paja has de convertirla en oro y tienes tiempo hasta mañana por la mañana. Si no, la guardia real te matará.
La joven molinera dijo: pero eso no es justo. No hay alternativa, las órdenes del Rey siempre se cumplen, le replicó el jefe de los guardias.
Como no sabía hacerlo, porque era un invento de su padre, la joven se asustó y se echó a llorar.
Al poco tiempo, un extraño hombrecito apareció en la estancia: ¿qué le ocurre a la bella joven?, dijo. –Que me obligan a hilar para que toda esa paja se vuelva oro.
-¿Qué me darías si lo hago por ti?
-Te doy este collar, dijo la joven.
El extraño ser se quedó con el collar y poniéndose al trabajo, fue llenándose de hilo de oro un huso y otro y otro hasta terminar la tarea justo al amanecer.
Pero aquel rey era muy codicioso y exigió que por la tarde la joven repitiera el prodigio con otra carga de paja. Nuevamente la joven sollozaba desconsolada. Apareció otra vez el mismo hombrecito diciendo de nuevo: ¿qué le ocurre a la bella joven?–Que me obligan a hilar para que toda esa paja se vuelva oro.
-¿Qué me darías si lo hago por tí?
-Te doy este anillo, dijo la joven.
El extraño ser se quedó con el anillo y poniéndose al trabajo, fue llenándose de hilo de oro un huso y otro y otro hasta terminar la tarea justo al amanecer.
Tenía tanta ambición el rey que ordenó la llevaran a otra sala más grande llena de más paja y le dijo: Tienes que hilar esto y si lo consigues para el amanecer me casaré contigo y serás reina.
De nuevo apareció el hombrecillo diciendo: ¿qué le ocurre a la bella joven?–Que me obligan a hilar para que toda esa paja se vuelva oro.
-¿Qué me darías si lo hago por tí? –Ya no tengo nada para darte, respondió.
-Pues prométeme que me darás tu primer hijo cuando seas reina.
-Te lo prometo, dijo la joven molinera, muy asustada ante el pensamiento de poder ser ajusticiada.
Temprano la mañana siguiente acudió el rey y viendo todo aquel oro hilado, se casó según había prometido. Al año, tuvieron un niño precioso.

La Reina se había olvidado del hombrecillo y de su promesa, pero un día se le presentó de improviso y le dijo:
Dame lo que prometiste.
La Reina se horrorizó y llorando le suplicó: Te ofrezco todas las riquezas del reino si no te llevas a mi hijo. El hombrecillo respondió: No, porque un ser vivo es más valioso que cualquier riqueza del mundo.
Tanto lloró y suplicó la Reina, que le dio lástima, y como era muy vanidoso y lo que más amaba era la fama, dijo:
Te doy tres días. Si para entonces has averiguado mi nombre, te dejaré conservar tu hijo.
La Reina pasó toda la noche repasando todos los nombres que sabía e incluso mandó un enviado a anotar todos los nombres que pudiese de personas en el reino. Cuando vino de nuevo el hombrecillo, ella empezó a decir nombres: Franz, Mathias, Hans… y a cada nombre que decía, él contestaba; no, tampoco, ese tampoco es mi nombre…
A la vez siguiente, ella recitó más y más nombres de persona, obtenidos en regiones vecinas, hasta los más raros… y él contestaba: No, no es Segismundo, no es Crespiniano, no es Friedrich… No es ese mi nombre.

Al tercer día, el enviado real vino con este mensaje: No he encontrado nuevos nombres, pero en un monte al final del bosque, estaban despidiéndose un zorro y una liebre, dándose las buenas noches. Vi una casita y cerca de ella ardía un fuego y dando saltos a pata coja había un hombre pequeñajo y ridículo que cantaba:
«Hoy horneo, mañana destilo
y al otro, me quedo con el crío.
Suerte para mí, el duende SALTARÍN ”
Podéis imaginar lo contenta que se puso la Reina de saber el nombre del duende.
Cuando llegó el hombrecillo y preguntó: ¿Cuál, Señora Reina, es mi nombre? ella, con mucho aplomo dijo:
-A que no es Konrad –No, dijo él.
-A que no es Harry – Tampoco
A que sí es … ¡¡Saltarín!!
-Algún traidor te lo ha dicho. Algún traidor te lo ha dicho, qué mala suerte tengo, dijo. Y al decir eso estampó en el suelo su pie derecho tan fuerte que se oyó un enorme trueno, surgió una nube de humo blanco y en ella el hombrecillo desapareció.
La Reina fue muy feliz con su amado hijo, a quien educó para que nunca fuera ambicioso.
FIN
Adaptado por M Teresa Carretero