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Garbancito

Garbancito

En un pequeño pueblo Ana y Juan soñaban con tener un hijo.

Ana dijo un día a Juan:  por fin vamos a tener un hijo. Hicieron una fiesta para celebrarlo.

Las amigas de Ana le regalaron ropita para el bebé. Juan cortó unos troncos e hizo una preciosa cuna. Ana la pintó con patitos, ositos y florecillas.

La pareja esperaba ansiosa la llegada del bebé. Fue un niño precioso, con unos bonitos ojos y pelo algo rojizo.

Cuando los papás lo vieron, fue tal la sorpresa que se quedaron sin habla: Era tan pequeñín, tan pequeñín que cabía en la mano de la mamá. Ella lo cogió, lo acunó en su mano y lo observó durante un rato. El niño dormía plácidamente.

¡Es precioso!, dijeron los dos a la vez. Y se abrazaron.

Pronto se dieron cuenta de que no le servía ni la ropa ni la cuna por ser demasiado grandes.

La mamá y sus amigas le hicieron ropa muy pequeñita y el papá hizo una cuna pequeñita que colocó dentro de la grande.

¿Qué nombre le pondremos? Preguntó el papá.

Pues… como es tan pequeño le pondremos garbancito, respondió la mamá.

El niño iba cumpliendo años pero no crecía. Era muy feliz y no le importaba ser tan chiquitín. Se divertía mucho jugando, se escondía en una maceta, que para él era un bosque. Se bañaba en un vaso de agua como si fuera una enorme piscina.

La mamá tenía mucho miedo de que saliera a la calle. Pero él cada día insistía en ello, pues era su mayor ilusión. Un día dijo Ana a Juan: Tengo una idea: como Garbancito tiene una fuerte voz, le enseñaremos a cantar.

El niño aprendió su canción. Pachín-pachán-pachón: mucho cuidado con lo que hacéis. Pachín pachán pachón, a Garbancito no piséis.

La mamá explicó a Garbancito: Canta la canción, canta bien fuerte para que te vean.

Así lo haré, mamá, respondió Garbancito, pero ¿cuándo saldré a la calle?

Pronto, Garbancito, pronto, respondió su mamá.

Un día la mamá estaba haciendo la comida y le faltó pimentón.

Mamá, dijo Garbancito: yo puedo ir a la tienda a comprarlo.  La mamá con mucho miedo le dejó ir. Garbancito: no olvides cantar la canción, le dijo en la puerta.

Garbancito cogió sus diez céntimos y se los colocó sobre la cabeza, salió a la calle y comenzó a cantar con todas sus fuerzas. La gente se volvía al escuchar su voz pero no veían a nadie. Extrañados, se preguntaban ¿de dónde vendrá esa voz?

Mirando más detenidamente, veían una moneda que iba calle abajo.

Una amiga de su mamá dijo: es Garbancito, que canta para que lo veamos y no lo pisemos.

El niño llegó a la tienda, y dijo al tendero: Oiga señor, señor tendero, quiero diez céntimos de pimentón. El tendero buscaba y buscaba pero no veía nada.

Oiga, señor, aquí, aquí abajo, que soy Garbancito. Pero el tendero solo vía una moneda que se movía. Se restregó los ojos y dijo: nunca más beberé de noche, lo prometo.

Garbancito seguía gritando: eh señor, mire la moneda que hay en el suelo. Yo estoy debajo.

Por fin, el tendero lo vio, lo puso en una silla y le dijo: Niño, no te veía, pero la próxima vez que vengas, te reconoceré enseguida. Le dio el pimentón, y Garbancito, tan feliz regresó a su casa.

Y desde ese momento, se paseaba solo por el pueblo.

Los vecinos, cuando oían su canción, inmediatamente miraban al suelo para no pisar a Garbancito.

Un día se fue con su papá al huerto.  Lo pasó muy bien porque encontró un caracol grande que lo paseó por allí. Otra vez, estando en el huerto se formó una gran tormenta. El papá se resguardó bajo un árbol y Garbancito entre las hojas de una col.

Cuando cesó de de llover, llegó un buey y se tragó la col con Garbancito dentro. Él se había quedado dormido y cuando despertó se vio en una cueva muy oscura, que se movía. Intentó encontrar la salida pero no veía nada.

Garbancitoooo, ¿Dónde estáaaas? Garbancitoooo, ¿Dónde estáaaas? gritaba su padre.

Al oírlo, le contestó gritando con todas sus fuerzas: en la barriga del buey que se mueve,

donde no nieva ni llueve.

Abrió el padre la boca del buey pero no pudo meterle la mano en la garganta. Una mariposa le dijo: hazle cosquillas con una ramita en el morro y ya verás cómo sale Garbancito.

Eso hizo y, al poco, el buey empezó a abrir la boca, dio un gran estornudo y Garbancito salió riendo y tan contento.

El papá lo abrazó y le dijo: ¡qué susto tan grande he pasado, hijo. Y el niño respondió: yo no he tenido miedo pero estoy muy contento de volver a estar  contigo y con mamá.

Y colorín colorado, este cuento se ha acabado.

FIN

 

Revisión y adaptación por M. T. Carretero García

Juanito y las Alubias

Juanito y las Alubias

Hace mucho tiempo, en un pueblo cerca de Londres vivía una viuda con su único hijo Juanito. Eran muy pobres: solo tenían una vaca.

No nos queda dinero ni para comprar el pan, -dijo, preocupada, la madre; pero aún tenemos la vaca.

Juanito propuso vender la vaca en Ramfield. El jueves siguiente fue al mercado de ese pueblo a venderla.

De camino al mercado, encontró a un hombre con un saco de alubias:

-¿Adónde vas con esa vaca, muchacho? –A venderla en el mercado. -Pues si quieres, te cambio la vaca por todas estas alubias.

El niño pensó que era un trato muy bueno, pues en casa no tenían nada que comer, y muy contento dijo: De acuerdo: deme su saquito de alubias y quédese con la vaca.

Cerca ya de su casa, iba gritando muy contento: -Mamá, mamá: ¡mira lo que traigo!

Al escuchar lo que contó Juanito y ver el saquito de alubias, la mamá se enfadó tanto que las tiró al corral y se puso a llorar desconsoladamente. Juanito no entendía el enfado de su mamá; él creía haber hecho un buen trato.

Al día siguiente, al levantarse Juanito vio que algo hacía sombra a su ventana.

¡Qué raro! si en mi corral no hay árboles, pensó.

Cuando salió al corral, quedó impresionado: Las alubias habían prendido en el suelo echando raíces y hojas. Sus tallos habían crecido muy alto, hasta las nubes: eran muy gruesos y se podía escalar por ellos. Y eso hizo Juanito: trepó y trepó, mientras su madre le decía:

-Baja, Juanito, que luego no podrás descender desde tan alto, es muy peligroso, baja, hijo.

Y Juanito trepaba y trepaba hasta lo más alto, mientras su madre seguía llamándolo muy preocupada.

Muy cansado y ya en las alturas, Juanito se encontró en un suelo entre las nubes. Echó a andar y después de un rato se sentó a pensar qué haría: Quizá terminaré muriendo de hambre, porque aquí no hay nada que comer.

 Siguió andando y vio a una mujer con un precioso vestido; llevaba una varita  adornada con un pavo real de oro.                                            

– ¿Cómo has llegado hasta aquí, niño? Él le habló de las alubias y de cómo trepó por sus tallos.

-¿Qué recuerdas de tu padre?, preguntó la joven. –Nada, señora, y cada vez que pregunto a mi madre, se pone triste y nunca me cuenta nada, dijo.

Yo te lo contaré: Yo era el hada protectora de tu padre; pero, por un error que cometí, perdí mis poderes y tu padre murió, sin que pudiera ayudarle. Si prometes obedecerme te lo contaré todo.

Juanito lo prometió y ella continuó su historia: Tu padre era muy rico, pero un gigante, a quien él ayudó, lo mató y se apoderó de todo lo vuestro. Nada pude hacer, pues estaba privada de mis poderes. Cuando tu vaca fuera vendida, yo recuperaría mis poderes.

Yo hice que adquirieras las alubias y llegaras hasta aquí, donde vive el gigante. Y tú tienes que castigarlo. Juanito prometió hacerlo.

 Era ya de noche cuando Juanito llegó ante una casa muy grande, que parecía una fortaleza.

A la puerta había una señora de aspecto amable, que le dio comida y un lugar para dormir. Estaba muy extrañada, porque a la casa del  gigante malvado nadie se atrevía a llamar.

De pronto se oyeron unos fuertes golpes – Es el gigante, mi marido. Si te descubre, te matará; y también a mí por darte albergue.

Rápidamente escondió a Juanito en el horno. Por las rendijas veía el niño al gigante devorar enormes trozos de carne.

¡Quiero divertirme!, dijo a su mujer; y ella trajo una gallina. -¡A poner huevos!, dijo él. Al instante, puso la gallina un huevo de oro. Por tres veces repitió la orden y consiguió tres huevos de oro, que el gigante metió en una bolsa que llevaba en la cintura. Luego, se quedó dormido.

El niño observaba la gallina maravillado.

Cuando Juanito salió del escondite, tomó la gallina y corrió hasta la planta de alubias, por la que había subido, llegando así hasta su casa en pocos minutos.

Juanito abrazó a su madre, que lloró de alegría al ver a su hijo sano y salvo.

-¡Mira!, le dijo mostrándole la gallina. –“Ahora pon”, le ordenó. Y la gallina obedeció dejando sobre la mesa un huevo de oro. Una y otra vez le mandó poner y la gallina siempre obedecía. La madre de Juanito estaba muy sorprendida.

El gigante supo al despertarse que un niño había llegado por un tallo de alubias y se había llevado la gallina. Intentó entonces bajar y recuperar su gallina.  Juanito lo vio desde abajo y cortó con su hacha el tallo. El gigante cayó desde lo alto y murió.

Una vez vendidos los huevos, Juanito y su mamá nunca más pasaron hambre.  Y desde entonces vivieron siempre felices.

FIN

(Abreviado y adaptado por Mª Teresa Carretero -de la versión recogida por Dinah Craik en ‘The Fairy Book’)

Hansel y Gretel, los niños que se perdieron en el bosque

Hansel y Gretel, los niños que se perdieron en el bosque

Hansel y su hermanita Gretel eran hijos de un leñador pobre. Un día la madrastra convenció al padre para abandonar a los dos niños en el bosque, diciéndole que no tenían bastante dinero para darles de comer.

Hansel les oyó decir que los iban a abandonar y fue a buscar piedrecitas para marcar el camino y poder volver. Al día siguiente  cuando los abandonaron hicieron como habían planeado.

Cuando oscureció, Gretel dijo a Hansel: Tengo miedo.  ¿Y si no encontramos el camino a casa? -No te preocupes, Gretel. Con la luz de la luna, reconoceremos las piedrecitas que hemos puesto para llegar a casa. Comenzaron a caminar de vuelta a casa…  

 La madrastra, se sorprendió al verlos. Estos niños son muy listos, pensó. Hay que adentrarlos más en el bosque para que no encuentren el camino de vuelta.  Hansel, que otra vez escuchó la discusión de su padre con la madrastra, quiso ir a recoger piedras, pero no pudo, porque ella había cerrado la puerta con llave y la había escondido.

De nuevo los llevaron al bosque. Hansel marcó un camino echando migas del pedazo de pan que su madrastra le había dado.  A la noche no pudieron encontrar el camino porque los pájaros se habían comido las migas.

Dos días llevaban los niños  perdidos en el bosque. Tenían miedo, hambre y frío. Seguro que pronto encontraremos el camino, dijo Hansel para animar a su hermana. De pronto oyeron el canto de un pájaro blanco muy bonito y siguiéndolo llegaron a una casita hecha de chocolate, pastel y azúcar. Hansel y Gretel se pusieron a comer de ella para quitarse el hambre. No sabían que aquella casita era una trampa de una bruja mala para encerrarlos y luego comérselos.

La bruja les abrió la puerta y los recibió muy amablemente, pero pronto puso a Gretel de sirvienta suya y a Hansel lo encerró en una jaula, a la espera de que se pusiera gordito para comérselo. Cada mañana la bruja le hacía a Hansel sacar el dedo por los barrotes para ver lo que había engordado, pero Hansel, que era muy listo, la engañaba sacando un hueso que había recogido del suelo.
Una mañana, la bruja dijo a Gretel: hoy me comeré a tu hermano. Enciende el horno de asar. La niña lo encendió, pero fue más lista que la bruja y consiguió que ella se asomase para comprobar que el horno estaba bien: Asómate tú, que yo no alcanzo a ver, dijo la niña. Entonces Gretel la empujó adentro dejándola encerrada en el horno.
Los dos niños, con la bruja ya encerrada, cogieron de la casa sus monedas de oro y sus piedras preciosas y volvieron a casa a encontrarse con su padre, quien les dijo que ya había muerto la madrastra y se alegró muchísimo con la vuelta de los niños.
Desde entonces, con la riqueza conseguida ya no pasaron más hambre y vivió la familia reunida y feliz para siempre.
FIN                                   (Adaptado por Mª Teresa Carretero)