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El Árbol Gruñón

El Árbol Gruñón

En un hermoso bosque volaba una mañana una abeja cerca de un árbol haciendo círculos y persiguiendo a un conejo. ¡Abeja loca, déjame en paz!, gritaba el conejo. No puedo, decía ella; hoy empieza la primavera y mis alas no dejan de moverse. -¿Quéeee? -Sí: ayer nevó y aún hay nieve en algunos rincones del bosque!

-Eso de la primavera te lo inventas! ¡No me lo creo!: en primavera hace solecito y los árboles echan hojas muy verdes. Además brotan amapolas y rosales silvestres y todo se llena de colores. ¡Qué ganas tengo ya de comer hierba fresquita!.

De pronto se oyó una voz fuerte y ronca: ¡Dejad de decir tonterías! -¿Quién habla?, dijeron la abeja y el conejo.

-¡Ah, no me conocéis!, dijo la voz aún más enfadada. Soy el árbol más hermoso y grande del bosque.

-Ah, ya… ¡Eres el árbol más egoísta, el más gruñón y el más desagradable!

-¡Ja, ja… entonces ya sabéis quién soy. No hay nadie que no me conozca o no me tenga miedo.

– No te tenemos miedo –dijeron los dos a la vez. –¿No?  ¿Y por qué?

– Porque nos das lástima, contestaron. -¿Cómo?, ¿que os doy lástima? ¡Eso es imposible: Yo tengo que daros miedo, mucho miedo, muchísimo miedo!. -Pues ya ves que no, dijo el conejito. Te observo desde hace tiempo y me parece muy mal que no dejes que los pájaros aniden en tus ramas.

-Me molestan muchísimo, dijo el árbol. –Y tampoco dejas que las ardillas, las hormigas y los gusanitos suban por tu tronco. -¡Ah, no; de eso nada: lo detesto! Y dijo la abeja: Lo peor es que en verano no dejas a las personas ni animales refugiarse en tu sombra. –Pues que vayan a su casa, dijo el árbol… o que se compren una sombrilla. Yo tengo que estar solo para que se me vea bien guapo y elegante.

-¿Pero qué dices?, dijo la abeja: estamos todos para ayudarnos, cada uno en lo que pueda.-¿Ah, sí? , eso ¿quién lo dice? –No hace falta que alguien lo diga: eso lo sabemos todos. En el bosque todos nos ayudamos. ¿Recuerdas el otro día cuando asustaste con tus gritos a esa mariquita, se cayó de ti y se rompió una pata? Pues una mariposa la curó. -¿Y cuánto le cobró? -No le cobró nada, porque todos ayudamos a quien lo necesita, explicó el conejo.

-¿Sin nada a cambio? -¡Claro, es lo que nos enseñaron a todos nuestros papás! ¿a ti no te lo enseñaron?, dijeron los animalillos. El árbol quedó pensativo. Luego explicó su historia…

Me trajeron de pequeñito  de otro lugar, y como era tan tierno, los ciervos y los corzos se comían mis brotes. Los otros árboles se reían de mí porque no crecía. Entonces aprendí a hablar con esa voz de trueno para espantar a quien se acercara. De esta forma llegué poco a poco a ser el mejor árbol del bosque; como les daba miedo, ya nadie me llamaba “pequeñajo”… pero, a cambio, tuve que estar siempre solo. Cuando os veía jugar, cantar y divertiros me daban muchas ganas de pediros que me dejarais divertirme con vosotros. Pero me había costado mucho trabajo aprender a ser gruñón y egoísta…                            

Comprendo, dijo la abeja– pero cambiar no cuesta mucho; solo hay que intentarlo en serio.-¿De verdad? ¿Estáis seguros? -¡Segurísimos!, dijeron los dos. Para que te quieran tienes que intentar cambiar y ser amable, poco a poco. Podemos ayudarte.

-¿Haríais eso por mi? ¿en serio? –Claro: lo primero que haremos es decir por todo el bosque que el árbol gruñón ya es amable y que pueden vivir en él.

Unos días después el conejito y la abeja le preguntaron: ¿Cómo te va? -Mal, dijo el árbol; nadie se acerca.

Ten un poco de paciencia y ya vendrán, le contestaron. Y una noche de tormenta unos pájaros se refugiaron en sus ramas. El árbol se dio cuenta de que estaba a gusto con los pájaros entre sus ramas, y ellos… se quedaron a  vivir en él. Otros que lo veían se quedaban a su sombra o se guarecían de la lluvia bajo se ramaje. Las hormigas se subían por su tronco y a él le agradaban sus cosquillas.

Pronto, el que fue árbol gruñón estaba más concurrido que otros árboles y supo lo importante que era ayudar a los demás.   FIN

© Mª Teresa Carretero García

El Gatito que no tenía Nombre

El Gatito que no tenía Nombre

Había una vez un gatito que vivía en un parque. Un día encontró un perrito que se llamaba Sam.

Oye, gatito, dijo Sam: cómo te llamas? — El gatito se quedó pensando y dijo: No tengo nombre.

El perrito pensó un poco y dijo: No puede ser; todos tenemos un nombre. —Sí, dijo el gatito, pero yo estoy solo y nadie me ha dicho cómo me llamo.

Sam dijo: pues yo te pondré un nombre. ¿Cómo quieres que te llame, gatito?–No sé, me llamaré como tú quieras, y sonrió.

Sam pensó: es muy difícil elegir un nombre para alguien pues lo llevará toda la vida.–A ver, dijo Sam, déjame pensar un ratito.

Se sentaron en silencio los dos. De pronto el perro dio un grito y dijo: ¡Ya lo tengo! Te llamarás Bird.

¿Cómo?, dijo el gatito: eso es pájaro, no me gusta.–Tengo otro, dijo Sam: ¡ Chocolate!

Tampoco me gusta! —¡Pues qué difícil es poner un nombre!

Oye, ardilla: dinos un nombre para el gatito.

Pues, pues… Segismundo.

El gatito dijo: ¡Es muy largo!

Entonces le pidieron ayuda a un pájaro. Dijo: pues ponedle Arbolgrande.

No, no me gusta ese, dijo el gatito.

Le pidieron ayuda a una mariquita y ella dijo: ¡Color rojo!, a mí me gusta mucho.

No, dijo el gatito: no me gusta.

Bueno, ya sé: como es tan difícil me quedaré sin nombre.

Un niño pasaba por allí y los oyó hablar. ¿Queréis que os ayude?, preguntó.

Sí, por favor, dijeron todos.

Pues te puedes llamar Harry, como mi primo. Y todos aplaudieron y se rieron mucho.

Y el gatito decía: ¡mi nombre es Harry, mi nombre es Harry!