Wissi era un monstruo pequeñajo y peludo. Era muy antipático y solo sabía hablar a gritos. Oye, tú, le decía a un conejito: ¡Vete de aquí, que no quiero verte; ¿me oyes?! El conejito levantó la cabeza y lo miró. –¿No me oyes? ¡que te estoy hablando a ti! –¿A mmi mi?, contestaba el conejito con voz temblorosa; pe..pero si yo solo estoy comiendo hierba… –Pues eso: ¡no quiero que comas hierba en mi presencia!, ¿te enteras? – Bueno, me iré a otro lugar. -Oye Wissi, ¿te duele la tripa?, preguntó el conejito. – ¡Por qué! ¡¿Por qué me va a doler la tripa?!, dijo el monstruo pequeñajo. –Porque cuando me duele a mí la tripa me pongo de mal humor y me enfado. – Pues a mí no me duele nada. Soy así, muy antipático, tengo muy malas pulgas y me gusta ser así, ¿entendido?. – Sí, sí, sí –dijo el conejito en voz baja mientras se marchaba corriendo. ¡No he conocido a nadie que sea así de extraño como ese monstruo pequeñajo.
Llegó a su madriguera; poco después oyó a un mirlo conversar con un jilguero: –¿Has visto al monstruo pequeñajo? -No, pero lo he oído gritar, dijo el jilguero.–Se pasa el día molestando a todo el bosque. -Eso he oído decir a varios animalillos. -Nunca he conocido a nadie que tenga un carácter tan difícil, insistió el mirlo. –Parece que es feliz así, dijo el jilguero. -¿Eso es posible?, dijo el mirlo extrañado. -Eso es lo que dicen.
Poco a poco los animalillos del bosque se fueron hartando de los gritos de Wissi y de su forma de tratar a todo el mundo. Ese año el invierno fue muy frío: el bosque estuvo cubierto de nieve muchos días seguidos y la comida resultaba difícil de encontrar. Los animalitos no sabían qué hacer para seguir viviendo y no morir de frío y hambre.
Se reunieron y entre todos decidieron juntar toda la comida que encontraran en un gran hueco que tenía en el tronco el Árbol Centenario. Se pasaban el día trabajando: las ardillas se subían a lo alto de los pinos para sacarles a las piñas los piñones. Los corzos aprendieron a sacudir las ramas nevadas del acebo para recoger sus bayas rojas. Las liebres descubrían las bayas azuladas de las matas de arándano y las llevaban al almacén del Árbol y muchos trajeron comida que aún quedaba en sus despensas. Un jilguero vio un reguero de granos de trigo que se le caían del saco al granjero. Avisó a los otros; formaron un ejército de pájaros llevando todo ese trigo al agujero del gran Árbol.
Estaban todos muy contentos porque tendrían comida para todo el invierno.
Wissi estaba aburrido de no tener a quien molestar y se fue a ver a una rana que tenía tan mal carácter como él.
-¿Qué haces aquí?, le gritó ella. –Venía a verte, Rana –dijo Wissi. –Márchate, que hoy no quiero ver a nadie, vete, quiero estar sola, dijo ella. –Pero… -¡He dicho que te vayas… Ya!
Días después, Wissi estaba ya muy aburrido, tenía frío y hambre y se fue pronto a su cueva. –No tengo ni leña para calentarme y estoy helado. ¡Si hubiera hecho caso a esas ocas que me ofrecieron recoger plumón del que se les cae, para que me hiciese un edredón para el invierno…!
Hacía tanto frío que no se atrevía a salir de su cueva.
Se le había terminado la comida y solo le quedaban unas pocas raíces, que olían bastante mal. –Como estoy enfadado con todos, nadie me echará de menos y hasta estarán felices de no verme ni oírme gritar.
Desde su cueva oía las risas de los animalillos deslizándose por la nieve. –Si no hubiera sido tan antipático y cascarrabias, ahora jugaría con ellos y me ayudarían a calentarme y a no pasar hambre. Pero si les pido comida, se reirán de mí y me dirán que me la busque yo solo. Y rompió a llorar. El jilguero, que pasó junto a su cueva lo oyó. –¡No me lo puedo creer!, dijo: ¡el monstruo pequeñajo y peludo está llorando!. – He escuchado algo increíble, explicó a sus amigos -¿Qué, qué?, dijeron. ¿Es que sabes dónde hay más comida?-dijo una comadreja glotona. –No, no, no lo creeréis: ¡Wissi estaba llorando en su cueva!. Todos callaron de pronto. –Eso no puede ser, dijo el conejito; te habrás equivocado. –Os digo que es verdad, insistió el pájaro. –Pues dejémoslo, dijo un corzo. –No, a lo mejor nos necesita, dijo una marmota. –¿Pero qué ha hecho para que nos preocupemos por él y le ayudemos?, objetó un mirlo. Nada, pero debemos ayudarle si nos necesita –insistió la marmota.
Tras mucho hablar, decidieron ir todos a su cueva.
Wissi estaba muy débil: apenas podía hablar. Lo abrigaron, encendieron fuego y le dieron caldo calentito.
Wissi susurraba: gracias, gracias, con una voz suave que los animalitos apenas reconocían; de sus ojos caían una lágrimas.
Así fue como Wissi aprendió que tratar bien a los demás es mejor que ser un cascarrabias.
Ya nunca más volvió a gritar y llegó a ser el más simpático de todos los habitantes del bosque.
FIN © M T Carretero García